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FESTIVAL DE CINE DE SITGES

'Ed Gein' convierte en pudorosa la vida del más célebre psicópata de EE UU

Chuck Parello dirige la cinta sobre el criminal que inspiró 'Psicosis'

Se llama como su biografiado, Ed Gein; es la segunda película de Chuck Parello, y lo mejor que de ella se puede decir no es desdeñable: sin ser una gran película, y para hablar de un psicópata peligroso, muestra un pudor y un comedimiento en su puesta en escena encomiables. Nada que ver con los excesos de Dead babies, del británico William Marsh, una truculenta, tediosa y a la postre vacua adaptación de la novela homónima de Martin Amis. Completó la apretada sección a concurso de ayer una película japonesa, Himitsu, de Yojiro Takita.

Este filme parte de una idea ingeniosa, la posesión, por parte de una madre, del cuerpo de su hija moribunda, situación capaz de generar numerosos malentendidos que, no obstante, se hacen banal repetición en manos de un director torpe, casi aficionado.Si el festival se abrió, el jueves, con la agradable sorpresa que deparó American psycho, lo de ayer rebajó varios enteros la calidad del concurso. No es que Ed Gein sea una mala película. En realidad, en manos de uno de los responsables de Henry, retrato de un asesino -su película de exordio fue la segunda parte de la versión de John McNaughton-, la vida de Gein hubiese tenido que dar lugar a una reflexión más profunda que la que Parello propone. Dice la publicidad del filme que Ed Gein inspiró el nacimiento de películas tan diferentes entre sí como la celebérrima Psicosis, de Hitchcock, y La matanza de Texas, de Tobe Hopper, y posiblemente no sea una exageración. Gein conmocionó a los medios de comunicación estadounidenses cuando, en los cincuenta, se descubrió su letal pulsión destructora: se dedicaba a desenterrar muertas y a cortarles la cabeza, que diseccionaba para coleccionarlas, al tiempo que se hacía máscaras con los rostros y otras partes de sus anatomías.

Esquizofrénico diagnosticado, Gein terminó sus días en un hospital psiquiátrico, en 1984. Casi todo se sabe de él, y ese exceso de información parece poner plomo en las alas de Parello, que se limita a ilustrar, sin aportar más de lo que es público -la sumisión patológica a una madre despótica y ultrarreligiosa, a cuya muerte la frágil psique de nuestro hombre se desmandó hasta pasar al asesinato; su raro temperamento, sumiso; su sentido del humor, absurdo-, una biografía sin secretos. Es decir, una película de psicópata verdadero se convierte en una púdica inmersión en el horror.

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