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OTOÑO ARTÍSTICO

Miquel Barceló muestra en París sus últimos cinco años de trabajo con la cerámica

El Museo de Artes Decorativas expone 127 piezas realizadas en Malí, Mallorca y Francia

El mallorquín Miquel Barceló es el gran protagonista de una importante exposición -127 piezas creadas entre 1995 y 2000- que le dedica el Museo de Artes Decorativas de París, en su quinta planta, en la llamada galería de los oculi. Se trata de una muestra centrada exclusivamente en su producción como ceramista. Cuatro de las obras han salido de los rudimentarios hornos de Malí, la mayor parte está hecha en el taller mallorquín de Jeroni Ginard mientras que el resto, más de 40 obras de gran tamaño, salen de un taller francés, vecino a la ciudad de Angers.

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En Malí la tierra ha sido cocida a baja temperatura; en Mallorca aparece el gres, los colores al óxido de hierro o manganeso, mientras que el calor es fruto de un horno en el que arde madera; en Francia, por último, el horno es de gas, y la temperatura alcanza los 1.050 grados. Son tres técnicas que cambian también la textura de los objetos. El conjunto, muy impresionante, es una sorprendente sucesión de naturalezas muertas o de vanidades, de esas creaciones que son un recordatorio constante sobre el paso del tiempo y la inutilidad de la agitación humana. Pero son vanidades desprovistas de connotaciones religiosas, muy materialistas, pues trabajan sobre materia que se transforma, cráneos y dentaduras que se convierten en jarrones, cuerpos humanos que se metamorfosean en cuencos, peces que son absorbidos por la tierra. Los cráneos aparecen apilados, deformados, a veces tratados con humor -Pinocchio mort es una estupenda calavera nariguda-, en otras oportunidades con una especie de indiferencia mineral.Barceló explica que debutó como ceramista durante una de sus estancias en Malí, a raíz de una ventolera que no cesaba y que no le dejaba pintar porque le "llenaba todo de arena, las telas y los pinceles". Decidió imitar a los Dogón, sus vecinos africanos, y se puso a moldear el barro. "Aprendí la técnica. No siempre me salían bien, pues los recipientes estaban repletos de fisuras. Pero supe cómo taparlas, cómo cocer la cerámica. Y cuando llegué a un taller normal, de pronto fue como si progresase un milenio".

Para Jean-Luc Olivié, comisario de la exposición y responsable del museo, "es imposible no relacionar la actitud como creador de Miquel con la de Picasso", pero él cree ver en su cerámica "más puntos de contacto con la obra de Fontana" que con la de cualquier otro artista, probablemente por la omnipresencia de esas "fisuras" de las que habla Barceló.De entre las obras realizadas en Angers durante la pasada primavera son especialmente bellas Les trois C. y Les trois C. avec fleurs, dos enormes jarrones que remiten al cuerpo femenino y que son de una gran sensualidad, y una serie de mapamundis que presentan un mundo cuadriculado y retorcido, aplastado y deforme, pequeño y risible en lo que tiene de patético.

Entre el Barceló pintor y el Barceló escultor y ceramista existe una perfecta continuidad, sobre todo si nos remitimos a las maneras del mallorquín desde que ha descubierto el África negra. Todo lo que sale de sus manos parece venir de muy lejos, retomar con gran facilidad los mitos más antiguos para hacerlos revivir ahora. Sus figuras aparecen atravesadas por toda la historia, desde la de los hombres primitivos que no sabían de otro arte que del estrictamente utilitario hasta el muy autorreflexivo de algunos personajes contemporáneos.

La exposición, que ocupa una gran parte de un ala del palacio del Louvre, se presenta en un espacio recreado por el decorador Bob Verhelst. "He intentado sugerir los muros de los poblados de Malí. He levantado unas paredes y he dispuesto las cerámicas delante o sobre ellos. Me gusta imaginar que en el pueblecito las cerámicas de Miquel serían presentadas así", dice Verhelst.

Lo cierto es que de los hornos de Armelle y Jakubec en Les Rairies, cerca de Angers, parece salir un nuevo Barceló, que contempla el deseo con una mayor serenidad, sin necesidad de poseer el objeto inmediatamente, sin necesidad de doblegarlo entre sus manos. Es una escultura o cerámica un poquito más acariciada, pero que no olvida en ese placer más contemplativo que todo acaba siempre en calaveras, en muerte.

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