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Perú es posible

El todavía presidente de Perú, Alberto Fujimori, que tiene una gran pasión por hacerlo todo en persona, se ha autodisuelto.La secuencia conocida de acontecimientos y actitudes es la siguiente. Inestable en la silla por la evidente manipulación -aunque los observadores de la OEA evitaron utilizar el término fraude- en las pasadas elecciones presidenciales que lo enfrentaban a Alejandro Toledo; sometido a la presión norteamericana; irritado por el relativamente súbito enojo de la Iglesia católica; baqueteado por la masiva protesta popular y callejera; y ante la difusión, posiblemente por mano militar, de un vídeo en el que parecía verse a su Rasputín oficial, Vladimiro Montesinos, comprando a un congresista para que se pasara de los bancos de la oposición a los del Gobierno, Fujimori sintió un acceso de algo indefinible, y sin comunicárselo a nadie -Ejército, señalados colaboradores, ministros, la Embajada de Washington-, decidió anunciar su próxima retirada de la presidencia para convocar elecciones y dar a Perú la oportunidad de comenzar un nuevo curso político.

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¿Suena todo eso a Fujimori? ¿Es el presidente peruano dado a vacilaciones temperamentales, estados anímicos depresivos, propicio a reconocer que se ha equivocado? Francamente, nada de la historia del fujimorismo conduce a esas conclusiones.

Alberto Fujimori llegó al poder hace 10 años casi por casualidad, como se ha dicho sin programa y sin partido; pero, con una de las mentes más ágiles, y una decisión política de difícil parangón cooptó y fue cooptado por el Ejército como candidato, pacto en el que cada parte quería que la otra se comportara como títere. La realidad no se reconcilió con una ni otra tesitura y el régimen fujimorista, con su autogolpe de 1992 con el que aspiraba a consolidar su poder, se quedó a medio camino de cualquier orilla. Como dictadura, era sólo relativamente blanda, como democracia seguro que le sobraba dureza; pero en una fórmula largamente mejorada en cuanto a los aspectos formales del Estado de derecho, Alberto Fujimori se inventó casi un PRI a la peruana. En la práctica, eso significaba la coexistencia de una dictadura presidencial, de unos espacios de pluralismo para el juego de partidos y la celebración de elecciones, más o menos retocadas como una foto, y de unas zonas de poder en las que se ilustraba el Ejército.

Era una arquitectura dotada de una fragilidad congénita; el presidente, que había adquirido una base de poder propia entre los más desfavorecidos sobre todo del medio rural, gracias a la derrota del movimiento terrorista de Sendero Luminoso, y al reparto de alimentos y modestos medios para la agricultura minifundista, sentía la tentación inevitable de hacer más suyo el Ejército. Para esa tarea contaba con la colaboración de Montesinos, un ex militar, luego abogado, y siempre machaca de la manipulación culposa, que había ido colocando hombres seguros en la cúpula de la milicia. No parece, sin embargo, que haya podido culminar su obra.

Sea cual fuere la razón, aún desconocida, por la que Fujimori haya optado por esta aparente retirada, sería poco verosímil pensar que el presidente hubiera dicho su última palabra. Ahora tiene unos meses por delante, durante los que es de suponer que pretenderá seguir en el poder, y que pueden ser el tiempo para buscar un candidato que oponer a Toledo. Todo podría ser una retirada táctica para preservar el futuro. El suyo, en lo inmediato por su seguridad, y más allá, es posible que de nuevo en lo político.

Ésta es, en cualquier caso, la oportunidad de la oposición que dirige Alejandro Toledo y de su Perú Posible para insertarse en el proceso político del país y canalizarlo en la democracia. Y ello es tanto más importante cuanto que el modelo Fujimori, ni democracia, ni dictadura, sino todo lo contrario, podía -puede- ser un gran producto de exportación para régimenes antaño musculosos y hoy necesitados de una cosmética de ocasión en la que nada, sin embargo, se altere en el ejercicio tradicional del poder. Ésa es la creación, hoy en entredicho, de Alberto Fujimori.

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