Inflación sin control
La explosión inflacionista de julio es una demostración contundente de que el Gobierno carece de una política adecuada contra la inflación, refuerza la sospecha de que nunca la ha tenido y sugiere, además, que el equipo económico ha tirado la toalla en el combate contra los precios. El aumento de la inflación en julio ha sido desmesurado: subió seis décimas durante el mes, lo cual lleva la tasa anual al 3,6%; los precios turísticos, principales responsables del desaguisado, subieron durante el mes el 2,8%, de forma que su tasa de aumento anual es ya del 5,8%. Si lo que el Gobierno entiende por política antiinflacionista es lanzar mensajes genéricos a los empresarios de hostelería para que no suban los precios y ajusten los salarios a medio plazo, el IPC de julio ha demostrado la insignificancia de tal estrategia.Hay indicios sólidos del abandonismo del Gobierno. Al explicar los objetivos presupuestarios, Rato trasladó la responsabilidad del control de la inflación al Banco Central Europeo (BCE), por su papel en la política monetaria; y el secretario de Estado de Economía, José Folgado, de guardia para explicar el incendio veraniego de los precios, ha recurrido a la "estabilidad" de la inflación subyacente para quitar hierro a la situación. Acostumbrado a que los grandes equilibrios económicos se hayan ajustado durante los últimos cuatro años sobre la piedra angular de la moderación salarial, el Gobierno no parece temer ahora el riesgo de que la presión sindical para recuperar capacidad adquisitiva reactive una espiral inflacionista; tampoco presta demasiada atención al continuo deterioro de la competitividad de los productos españoles.
El problema es que la inflación está castigando las rentas de más de ocho millones de asalariados que apostaron por una inflación decreciente al negociar sus salarios; que las mercancías españolas perderán poco a poco cuota de mercado interior y exterior y que el Ejecutivo está incumpliendo los compromisos de estabilidad monetaria adquiridos con la integración en la UEM, que no sólo atañen al déficit público. La única política antiinflacionista que ha sido capaz de elaborar es la de enhebrar diversas excusas (el petróleo, la paridad del euro) para justificarse ante la opinión pública, que el tiempo se encarga de ridiculizar. Las excusas se agotan rápidamente, sobre todo cuando en otros países europeos, como Alemania y Francia, los precios discurren por cauces mucho más moderados. Lo peor es que el dato español sube la media y ello puede forzar una nueva subida de tipos por el BCE.
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