Sobre la plaza de mármol
Debajo del mármol caliente y sucio que reviste la Plaza de la Virgen de Valencia está sepultado el punto de intersección de los ejes urbanos romanos. Se hunde como una raíz en el lomo cenagoso de una isla formada por una difluencia del río Turia. Antes de ser pasado a cuchillo en una conspiración no lejos de Sagunto, la ciudad aliada de Roma, el cónsul Décimo Junio Bruto improvisó aquí un campo de concentración para alojar a las disueltas huestes de Viriato. Sin duda, los residuos que generaron estos refugiados abonaron el germen de Valencia y su posterior cosecha civil.Esta plaza luego fue una plataforma operativa de importación y exportación, enclavada estratégicamente entre la Vía Augusta y el Mare Nostrum, al servicio de Sagunto. Encima de esta explanada logística se irían acumulando capas de sables, escombros, cráneos aplastados y espinazos que se doblarían ante Diana, Jesucristo, Mahoma, Blasco Ibáñez y la Virgen de los Desamparados, que es la diosa contemporánea, hasta rellenar los fundamentos que sostienen el mármol manchado por las deyecciones de las palomas.
A media tarde, sobre todos estos estratos de epopeya acotados en terrazas, la gente sorbe horchata líquida en pajita, que es uno de los actos de refrigeración local más representados. Se diría que todo ha ocurrido a propósito para poder tomar una horchata en la cúspide de los acontecimientos. Aunque no todos comparten este entusiasmo. Sentados en los escalones, se desmarcan algunos corros de filósofos descalzos y ciegos, que discrepan en el discurso y en el método sobre cómo alcanzar la pérdida de la visión, si con vinos de Cariñena o con caldos de Jumilla. Su debate es sobrevolado por ráfagas de palomas, que a menudo sirven de alimento a muchos de los peajeros y buhoneros, que han encontrado un ecosistema sobre el mármol y se han instalado en lo más alto de la cadena alimenticia.
Aunque por encima de ellos todavía resuena un vaivén de directores generales con atavíos de Façonnable y la cabeza ungida de fijador que tuvo lugar ayer mismo, antes de ser decretado el agosto. Dentro de ese vapor, ante la estampida de jefes de negociado provocada por la hora del café con leche, peregrinaron hasta los portales del Palau de la Generalitat con la esperanza de poder arrellanarse en el asiento posterior de uno de los volvos ahumados del Gobierno autonómico a la próxima remodelación.
Su simetría la establecieron los vicarios con traje de Boss y alzacuellos, la cara de color berberecho en conserva y un portafolios asido por una mano peluda. Venían o iban a besarle el anillo al arzobispo, mientras algunos sacristanes panzones se zampaban un bocadillo de mojama junto a una talla gótica, puesto que los caminos del Señor son inescrutables. Sobre el mármol de la plaza desembocan flujos muy diversos.
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