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La representación de 'Sigfrido' provoca protestas en Bayreuth

Ópera de resistencia

Se rompió el clima de consenso establecido este año en Bayreuth con El oro del Rin, primera sesión de El anillo del Nibelungo, monumental festival escénico wagneriano de 16 horas de duración. Ya después de La walkyria surgió algún conato de desacuerdo con el director musical, Giuseppe Sinopoli, y abucheos contra el director escénico Jürgen Flimm. Sigfrido ha agudizado las protestas contra Sinopoli e intensificado los buus contra el equipo escénico. Las muestras de disconformidad han alcanzado también a algunos cantantes como Wolfgang Schmidt (Sigfrido) y, en menor medida, llegaron hasta Gabriele Schnaut (Brunilda).Se marcharon por exigencias del guión Waltraud Meier y Plácido Domingo (sus personajes únicamente cantan en La walkyria) y apareció el inevitable Wolfgang Schmidt haciendo de Sigfrido (ya cantó este papel en el anterior Anillo de Bayreuth con James Levine). Schmidt es un tenor con empuje, pero sus recursos técnicos están muy lejos de lo que demanda el difícil rol de Sigfrido. Más o menos se mantuvo a flote en el primer acto, especialmente al final con el forjado de la espada, estuvo ya en el límite de lo aceptable en el segundo y acabó bajo mínimos en la hermosa escena final con Brunilda. Cantaba a zarpazos él, cantaba en el umbral del grito ella, Sinopoli no acertaba a dar otro aire musicalmente al entuerto y la escena no sugería absolutamente nada. El Anillo de 2000 alcanzaba su punto más bajo hasta el momento.

El Anillo es, además de otras muchas cosas, una ópera de resistencia, en la que hay que dosificar con mucho tacto las tensiones musicales y los recursos escénicos. Sinopoli empezó a todo gas y no ha conseguido mantener las expectativas. No es que su dirección sea incorrecta. Al contrario. Es demasiado al pie de la letra, pero no despierta la emoción que encierra esta obra capital del romanticismo musical. Es una lectura analítica, objetiva, psicoanalítica, a veces distante. Le falta pasión. Y un Anillo sin pasión es un Anillo cojo.Lo de Jürgen Flimm y Erich Wonder es más grave, pues el montaje escénico tiene poco encanto plástico y las ideas teatrales parecen haberse agotado. Los escenarios se repiten con algunas variaciones sin que lleguen a enganchar desde el punto de vista de la motivación estética. La dirección de actores se está quedando a un nivel esquemático conforme la obra transcurre, los efectos a lo Chereau rozan la caricatura y los gags cómicos están acabando por hacer poca gracia. La confusión prevalece y con ello aparece la indiferencia.

Las voces más apreciadas de la noche fueron la de Günter von Kannen (Alberico), robusta y en sintonía con el personaje, y la de Alan Titus (Wotan), de buena línea y no excesivos matices. De poco vuelo resultó el Mime de Michael Howard y cumplieron con corrección Mette Ejsing (Erda) y Philip Kang (Fafner). Hoy culmina el Anillo con El ocaso de los dioses, la jornada seguramente más compleja de toda la tetralogía.

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