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El poeta vivió en los últimos años un difícil equilibrio entre sus raíces gallegas y su arraigo en Almería

Los 7.000 ejemplares de su biblioteca serán donados a la Universidad de Santiago

Quienes lo conocieron de cerca y pudieron comprobar el amor que profesaba a la provincia que escogió para vivir definitivamente confiesan que siempre les llamó la atención el equilibrio que José Ángel Valente supo mantener entre la irrenunciable unión a sus raíces gallegas y su opción por ser almeriense de vocación. "Volví, nunca partí; alejarme sólo fue una forma de quedar aquí para siempre". Estos versos fueron ayer leídos en Santiago, mientras en Almería era recordada su pasión por el paisaje de Cabo de Gata.

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A la fotografía del hijo nunca le faltaron las flores frescas que el padre se encargaba de cortar cada día. Los geranios y las margaritas crecían en las macetas que el poeta tenía en la terraza de su casa, en esa misma terraza que le brindaba la imagen cercana de la Alcazaba almeriense que tanto amó. Ana María Belmonte, la mujer que trabajó en la casa de Jose Ángel Valente durante sus últimos meses de vida, recuerda bien el ritual. Y recuerda también la dignidad con la que el poeta se tragaba cada día el dolor no superado por la muerte prematura de aquel hijo que se le fue tan joven. José Ángel Valente llegó a Almería a mediados de los años ochenta. De esta tierra ya le había hablado Juan Goytisolo. Después, todo fue dejarse seducir por el cielo del sur, el paisaje imponente del Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar al que tanto cantó, la luz que convirtió en suya...

Valente no era amigo de paños calientes ni de verdades a medias. Siempre dijo lo que pensaba, con la palabra y con la letra. Esa apuesta por la sinceridad sin tapujos no fue a veces bien entendida en una provincia que siempre reconoció hospitalaria, pero para la que no escatimó críticas cuando las consideró necesarias. "Quizá porque decía verdades muy descarnadas se granjeó en ocasiones enemistades, incluso locales", reconoce Martirio Tesoro, ex delegada provincial de Cultura, para quien Valente era, esencialmente, "un hombre cálido y afectuoso a pesar de su apariencia hosca".

La ciudad que lo acogió quiso rendirle homenaje hace unos años concediéndole una calle con su nombre en el centro histórico de la capital, la misma calle en la que tenía su casa y su terraza. A los pies de la Alcazaba, cerca del barrio de La Chanca, que, como Juan Goytisolo, tanto admiraba.

Los libros eran su tabla de salvación. Y las tardes que pasó en el Convento de las Puras, cercano a su domicilio, compartiendo poesías y charlas con las monjas, eran parte de esos momentos gozosos que el poeta se permitía. Como cuando subía a la azotea sólo a contemplar la imagen de la Alcazaba.

Algunos de los amigos más cercanos que Valente cosechó en Almería no podían ayer disimular la tristeza por su pérdida. El Ayuntamiento de Almería ha calificado de "dolorosa para la ciudad la pérdida de José Ángel Valente, cuya poesía sigue existiendo en Cabo de Gata y en recuerdo de cuantos le han leído y tratado".

De ese paisaje de Cabo de Gata, Valente escribió: "Las cañas dialogan con el viento. Tienden largas cuchillas. Se defienden contra la violencia de la muerte. Las varas del agave suben al cielo, bordan las nubes y la oscuridad. Después, vencidas, mueren para aguardar, como todos los muertos, un nuevo nacimiento".

Ahora, los restos de Valente, que mantuvo una tormentosa relación con su tierra natal, de la que huyó hace medio siglo "como una forma de supervivencia", pero a la que regresó cada vez más a menudo durante los últimos años de su vida, descansarán en su Ourense natal y los 7.000 ejemplares de su biblioteca serán donados a la universidad compostelana, que también va a crear con su nombre una cátedra de Poesía y Estética.

"Haremos todo lo posible por preservar su memoria", prometió el presidente de la Xunta, Manuel Fraga, que, pese a sus diferencias ideológicas, mantenía una cálida relación personal con Valente desde la época en que ambos coincidieron como estudiantes en la Universidad de Santiago. Fraga reivindicó la obra del poeta en idioma gallego, en el que escribió sus primeros versos de juventud, pero al que no regresaría hasta los años ochenta. El conjunto de sus poemas en gallego está recogido en un libro, Cántigas de Alén, publicado en 1996 en una edición bilingüe, con ilustraciones de Eduardo Chillida, por el Consorcio de Santiago. El alcalde de la ciudad, Xosé Sánchez Bugallo, anunció aye r su reedición.

Estragos del caciquismo

En Santiago se produjo, el pasado diciembre, una de las últimas apariciones públicas de Valente para su investidura como doctor honoris causa de la universidad. Aunque su salud era ya notoriamente precaria, el poeta pronunció con energía un combativo discurso, ante su amigo Fraga, en el que reivindicó la tradición "cosmopolita" del nacionalismo gallego y denunció los estragos causados por el caciquismo. "Nos deja un legado estético, pero también profundamente ético", dijo ayer el rector de esa universidad, Darío Villanueva.Valente se definía como un poeta de "estirpe rosaliana" y ese nexo con la tradición cultural gallega le provenía de sus lecturas de juventud. Pero la sórdida atmósfera de un lugar de provincias en la tenebrosa época de la posguerra española se le hizo irrespirable y en 1948 abandonó Galicia. En sus textos, Valente se muestra casi despiadado al describir al Ourense de su juventud - apenas oculto bajo la denominación mítica de Augasquentes- como un "torpe lugar de nieblas insalubres", una triste ciudad repleta de curas, militares y beatas enlutadas.

Nunca más residió en Galicia, aunque el idioma materno quedó en él como una presencia "latente" que volvió a despertar en 1980, cuando trabó contacto con los emigrantes gallegos en Ginebra. Desde entonces, volvió a escribir en gallego, sus paisanos empezaron a prodigarle homenajes y acabó reconciliándose con Augasquentes, el lugar donde reposarán sus restos y donde él mismo quiso enterrar hace algunos años a su hijo muerto.

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