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El maquinista de la locomotora

Pilar Bonet

Gerhard Schröder está a punto de pasar el ecuador de la legislatura y marcha a pleno rendimiento hacia las elecciones de 2002, cada vez más nítidas en el horizonte. Tras la reforma fiscal que le ha granjeado las simpatías del empresariado, le toca el turno al sistema de pensiones. En el delicado capítulo de la emigración, Schröder se ha asegurado de que la CDU no va a presentarle batalla ni a reanimar el fantasma de la xenofobia. La garantía es la democristiana Rita Süssmuth, la ex presidenta del Bundestag, que ha aceptado cándidamente presidir una comisión gubernamental sobre el tema. El canciller, un hombre que se ha formado a sí mismo desde unos orígenes humildes, tiene los pies en el suelo y es un negociador hábil. A diferencia de otros políticos alemanes, conserva la capacidad de transmitir emociones. Su rostro se congestiona cuando se irrita, sus ojos brillan con chispas eléctricas cuando disfruta y, en un arranque de euforia por un trabajo bien hecho, es capaz de abrazar al ministro de Finanzas.

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El despacho provisional que ocupa en el antiguo edificio del Consejo de Estado de la RDA mientras concluyen las obras de la Cancillería, parece el puente de mando de un navío. Sobre las paredes forradas de madera cuelga el lienzo de una campiña otoñal. En las estanterías, los libros se han derrumbado como una fila de fichas de dominó, y Doris, su esposa, sonríe vestida de rojo desde una foto. Numerosas cajas de puros de todos los tamaños se apilan en diferentes puntos del recinto. Sobre una mesita, como si fuera un bote salvavidas, un barquito de papel. Al acabar la conversación, Schröder sale corriendo hacia su próxima cita. El presidente de Ucrania, Leonid Kuchma, le esperaba en Leipzig. Más que un capitán de navío, Schröder parecía el maquinista de una locomotora.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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