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FERIA DE SAN FERMÍN

Y de remate, una moruchada infame

Y para terminar, los hados tenían dispuesta una de las más infames moruchadas que pudiera concebir su mente divina, adecuado remate a la miseria ganadera y artística que ha sido esta feria de San Fermín.Una moruchada marca de la casa Miura; una muestra de la peor estirpe que haya podido pastar por los predios de la taurina Iberia. Como si nadie hubiese hecho nunca selección alguna de la casta brava; como si la bravura no hubiese existido jamás.

Si uno se pusiera a barruntar los comportamientos de aquel bos taurus primigenium, naturalmente virgen, que campaba por los bosques de la Península ramoneando encinas y pegándoles cornadas en la ingle a los homo erectus que se le acercaran a disputarle el yantar, nunca lo habría imaginado tan descastado, tan morucho, tan burro, tan buey.

Miura / Zotoluco, Higares, Padilla

Toros de Herederos de Eduardo Miura, aparatosos de presencia y con mucha romana, moruchos impresentables; cuatro de ellos, broncos; 3º y 5º, manejables; 6º, tirando a buey de carreta.Zotoluco: estocada corta, ruedas de peones -aviso- y tres descabellos (ovación y salida al tercio); pinchazo, estocada, rueda de peones, descabello -aviso- y descabello (silencio). Óscar Higares: pinchazo, estocada perpendicular delantera, ruedas de peones -aviso-, dos descabellos y se echa el toro (silencio); estocada atravesada delantera que asoma, provocando enorme hemorragia por el agujero de salida, rueda insistente de peones -primer aviso-, estocada atravesadísima trasera que asoma por el costillar, cuatro descabellos -segundo aviso- y descabello (algunos pitos). Juan José Padilla: pinchazo, bajonazo -aviso- y rueda de peones (oreja con minoritaria petición); estocada caída (petición minoritaria y dos vueltas). Plaza de Pamplona, 14 de julio. 10ª y última corrida de la Feria de San Fermín. Lleno.

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Los toros de Miura que saltaron a la arena del coso pamplonés no remedaban al género asilvestrado previo a la creación de la lidia, ajeno a sus artes y a sus cánones, sino que eran fruto de la decadencia de la fiesta, de la descomposición de cualquier arte y de todo canon.

Daba la sensación de que el ganado de Miura lo hubiese echado a criar a la buena de Dios un tratante sin escrúpulos, sin otro propósito que darle la apariencia conforme a su leyenda, pues eso es lo que vende, y si luego se lo echaban a tres toreros modestos, ese sería su problema. Y así ocurrió. Tres toreros modestos (más o menos) se vieron obligados a lidiar un ganado que no tenía lidia.

Hubo, de todos modos, quien se salvó de alguna manera y ese fue Juan José Padilla. Y lo hizo recurriendo a todos los tremendismos que se le pasaban por la cabeza. Desde luego recibió a sus dos miuras a porta gayola, faltaría más. Los banderilleó pegando unos carrerones impresionantes y clavando donde dios le diera a entender. Y los muleteó afanoso, truculento, de pie o de rodillas, dejando claro que estaba dispuesto a entregarse en holocausto, si era menester.

Con tan alocada disposición se le fue sin torear uno de los escasos toros manejables, el tercero, y si le dieron la oreja se debió únicamente al pundonor demostrado y a la sudada que se pegó. En cambio el sexto, nacido buey, era intoreable, rehuía los engaños, buscaba tablas y le anduvo por delante intentando cuanto se le pudiese ocurrir: porfías, péndulos, circulares, rodillazos, bravatas... De ese toro no le dieron la oreja, que pidió una minoría y Juan José Padilla se puso nerviosísimo, convulso tal vez. Parecía que le iba a dar algo; por ejemplo, un patatús.

A Óscar Higares le correspondió un segundo toro mulo absoluto, y uno que hizo quinto tonto de baba que desaprovechó también al recetarle una faena interminable hecha de pases malísimos. Y, para colmo, le dio muerte carnicera que provocó una repulsiva escena, con el diestro blandiendo artero la espada, las cuadrillas azacanando capotazos por allí, el toro agonizante soltando sangre a caño y derramándola por la arena... Qué horror.

Para Zotoluco quedó el peor lote: sendos ejemplares sin embestida alguna pues sólo sabían topar, el primero de ellos pegando brincos y tirando hachazos a cada viaje. Con mucho valor, vista y vergüenza torera (llámanlo también dignidad) resolvió Zotoluco la difícil papeleta..

Con razón sostenían los sabios de la antigua Grecia (y los modernos exégetas del arca táurico) que los hados no llegan a la buena ventura sino que encadenan causas y traen los efectos lógicos. Y así debio ser. Pues habida cuenta del ruinoso curso de la temporada, del desabor de la feria sanferminera, de lo manso que salió, de lo mal que se toreó, todo ello por junto sólo podía producir el desastre. Y así sucedió. Para despedirse, Villanueva allegó una fastuosa merienda con merluza de Artajona, Masito y Elu estuvieron en el corazón de quienes les queremos. La plaza cantó el Vals de Astráin, y hubo un trémolo de tristeza cuando empezaban a sonar los ecos del Pobre de mí... Pero ni aquella fiesta ni tantas emociones pueden negar la evidencia de que esto -señores- se va al garete.

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