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Árboles talados BENJAMÍN PRADO

Ayer me puse a hablar de hombre a hombre con mi hijo. Todavía está en la escuela y no creí que fuera a entender nada de lo que pensaba decirle, pero uno nunca puede estar seguro y, además, siempre es mejor hacer las cosas cuando aún es un poco pronto que hacerlas cuando ya es demasiado tarde. De modo que me lo llevé a una terraza, pedimos unos helados y, de repente, queriendo pillarle desprevenido, le pregunté qué le gustaría ser de mayor. Yo imaginaba que me iba a decir médico, futbolista, veterinario, astronauta o arquitecto, y había preparado un discurso para cada caso. Pero no hizo nada de eso, sino que me miró profundamente y dijo: "Yo, de mayor, quiero ser consejero de Obras Públicas".Ya se imaginarán que intenté disuadirle, pero no hubo modo. Le dije que para dedicarse a la política debería de afrontar una serie de cambios hormonales y orgánicos, se tendría que convertir en un tipo con dos estómagos y ningún corazón, tendría que implantarse escamas, espolones y lengua bífida. "Yo quiero ser consejero de Obras Públicas", volvió a afirmar. De modo que improvisé unas lecciones.

-Mira, le dije, fíjate en como lo hace el actual consejero, Luis Eduardo Cortés. ¿Has oído hablar de la M-501?

-¿Es una metralleta?

-No, no es una metralleta, es sólo una carretera. Bueno, el caso es que para ampliar esa carretera acaban de talar miles de árboles de una zona protegida.

-¿Cuántos árboles?

-Parece que son cinco mil, pero él dice que sólo son tres mil. Ésa es la primera lección que debes aprender: los datos que te sean propicios los multiplicas por dos y a los que te sean adversos, les quitas la mitad. ¿Lo has entendido? Deberás mentir siempre, unas veces a tu favor y otras en contra de los demás.

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-¿La gente no se dará cuenta?

-Sí, pero tú tendrás que convencerte a ti mismo de de que son idiotas, capaces de comulgar con ruedas de molino y creeerse cualquier donde-dije-digo-digo-Diego que les metas.

-Vale, lo haré. Mentir es fácil, lo puede hacer cualquiera.

-De acuerdo. Entonces, cuando quieras perpetrar cualquier barbaridad ecológica, tienes que hacer lo que él ha hecho: primero matas los árboles y después esperas a ver qué pasa. Si te pillan, entonces negocias y haces un par de promesas. Pero nunca antes. No lo olvides. Antes, te pasas por el arco del triunfo que el terreno devastado sea zona de máxima protección ambiental según la ley española y Lugar de Interés Comunitario, según la Unión Europea; metes las máquinas excavadoras en el bosque y, sencillamente, lo arrasas sin contemplaciones.

-¿Qué es perpetrar?

-Digamos que es justo eso, hacer las cosas a lo bestia, metiendo las palas excavadoras. Bueno, pues te decía que a veces los periódicos o las organizaciones ecologistas te pillan y ponen el grito en el cielo. Ése es el momento de las promesas, el instante en que deberás salir por la televisión con una gran sonrisa en la cara, una sonrisa impermeable y sólida, como hecha de cemento armado, y prometer lo que ha prometido el consejero: "Se reforestará la zona, se pondrán hasta cinco veces más árboles de los que se han cortado, si se han destruido dos mil, se plantarán diez mil nuevos. De acuerdo, tal vez había algunos ejemplares centenarios, pero qué es un poco de madera vieja al lado de una confortable autopista". En fin, de lo que se trata es de hacerles creer a los ciudadanos que te has cargado el monte por su propio bien, para hacerlo mucho más bonito. Así, poco a poco, los consejeros, ministros y presidentes del mundo han ido devastando la Tierra.

-¿Por qué lo hacen?

-Porque cuantos menos árboles tenemos todos, más dinero tienen algunos.

El niño me miró otra vez profundamente y dijo: "Me gustaría ser veterinario".

Me pregunto si eso aún tenía algo que ver con el consejero.

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