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¡Están locos estos romanos!

He aquí una frase que se ha hecho célebre. Todos los lectores de Asterix el galo -y somos muchos, no disimulemos- hemos llegado a hacer nuestra la reacción de Obelix ante las múltiples extravagancias de los romanos. En una recreación moderna del mito del buen salvaje, Obelix reacciona sorprendido y todos nos sentimos involucrados en su extrañeza. Al fin y al cabo, la ideología de Obelix viene a ser como la nuestra o así lo queremos creer: defensa del medio ambiente, sencillez, naturalidad. Los romanos, por el contrario, encarnan los defectos opuestos: gusto por lo superfluo, por la vida refinada, por las disquisiciones retóricas que no llevan a ninguna parte. Sin embargo, siempre he tenido la sospecha de que este comic tan popular encerraba una trampa. Y es que entre civilización y barbarie nuestro buen Obelix simboliza -¡qué le vamos a hacer!- la barbarie. Y a nosotros lo que nos han vendido es que ésta resulta preferible sobre aquélla.Viene todo ello a cuento de dos noticias que acaban de traernos los periódicos y de unos acontecimientos que se están produciendo ahora mismo y que pronto serán noticia, aunque pequeñita, también. Resulta que en una conferencia (ah, ¿todavía existe eso?) impartida en la Fundación Cañada Blanch de Valencia, Antonio Garrigues Walker advierte del riesgo de hiato entre la cultura humanística y la tecnológica. Su consejo: animar a los intelectuales a que realicen un esfuerzo para ponerse al día en cuestiones tecnológicas. Al parecer, nadie reclamó la solución contraria. Segunda noticia: El Moviment de Renovació Pedagògica Escola d'Estiu celebra su veinticinco aniversario en la Comunidad Valenciana. Cientos de docentes van a realizar talleres, debates y cursos bajo un sol de justicia y sin ningún emolumento compensatorio. Al contrario, lo más probable es que, encima de gastar parte de sus vacaciones, la broma les cueste dinero.

¿Qué habría dicho Obelix? Me lo imagino: ¡Están locos estos romanos! Y es que, en efecto, los humanistas de arriba y los docentes de abajo son herederos directos de los romanos. Eso del Humanismo es un invento grecolatino. La idea de que cultivar las artes, las letras y el conocimiento contribuye a la felicidad de la especie humana sólo se les pudo ocurrir a ellos, a una gente que, por primera vez en la Historia, dispuso de tiempo para dejar de luchar con la naturaleza y con sus congéneres y dedicarse a sí mismos. El complemento natural de tanta superfluidad fueron los docentes, pues uno necesita que le guíen en esa búsqueda placentera, al menos al principio, si no quiere acabar como Obelix, de tallador de menhires.

A Europa le había costado veinte siglos sacudirse la barbarie e implantar urbi et orbe el humanismo como ideal de vida, cuando, de repente, la postmodernidad, eso que ahora llaman la aldea global, ha dado al traste con todo. Lo que se lleva es ser zafio, grosero, ignorante, primario. Lo malo es que el menosprecio generalizado por la cultura ya ha traspasado el ámbito de los Obelix y ha llegado a quienes toman decisiones, a los druidas de la tribu. No de otra manera puede valorarse lo que están haciendo con los romanos. Por ejemplo, hay un grupo de legionarios que se pasan cada año acantonados en algún campamento de la Comunidad Valenciana, mientras los hijos y el cónyuge malviven a decenas y aun centenares de kilómetros de distancia. Se les llama profesores numerarios sin plaza y pueden permanecer varios lustros en esta situación. Pese a haber ganado unas oposiciones, cada mes de julio dejan un apartamento amueblado, cancelan todo tipo de amistades y de recibos y se disponen a enfrentar una nueva etapa en un lugar desconocido durante el curso siguiente. La mayoría está estresada o con depresión, pues su vida parece írseles de entre los dedos sin sentido, pero no importa: el próximo curso se repetirá la increíble maquinaria burocrática. Otro grupo digno de lástima es el de los profesores en comisión de servicio.

Estos tienen plaza fija, pero por motivos personales o de salud se les permite ocupar una plaza vacante en algún otro lugar. Como los esclavos antiguos, carecen de derechos: la continuidad en el puesto no les otorga ningún mérito y la renovación del permiso queda condicionada cada año al albur de oscuros designios administrativos. Un tercer conjunto, parecido al anterior, es el formado por los interinos: cada verano descubren si seguirán o no en su puesto de trabajo porque no han sacado la oposición. Claro que ésta no se ha convocado, cuando la ganen pasarán a numerarios sin plaza fija y cuando la tengan en propiedad, si la vida o la profesión les induce a solicitar una comisión, volverán al punto de partida.

No quiero aburrirles con un discurso gremialista: lo cierto es que los profesores están mal, muy mal. Tampoco quiero criticar sólo a este gobierno: la cosa se remonta muy atrás, por lo menos un cuarto de siglo. Pero no querría cerrar esta página sin reflexionar sobre una sociedad que se permite maltratar de esta manera a quienes pueden impedir que el consumo y la inflación tecnológica acaben por convertirnos a todos en bárbaros del siglo XXI. Los humanistas -y humanistas son escritores y músicos, periodistas y gente de la farándula, pero también matemáticos y físicos- tal vez les parezcan un lujo del sistema (eso me recuerda a un constructor que había decidido prescindir del lujo de las calles y las aceras entre las casas y construir todos los bloques juntos). Les aseguro que sin dicho lujo humanístico nuestro sistema se derrumbaría. Peor aún: es que ya lo está haciendo. Miren a su alrededor y verán el legado que les estamos dejando a nuestros hijos: precariedad laboral, desigualdades sociales crecientes, destrucción del entorno. Nadie se opone porque nadie está en condiciones de razonar su oposición. Y así nos va. ¿No será que quienes de verdad están locos no son los romanos sino los galos? Los del comic, por lo menos, se refugiaban en una pequeña aldea del norte de la Galia. Estos nuestros, desgraciadamente, han construido una aldea que ocupa el globo entero.

Ángel López García-Molins es catedrático de Teoría de los Lenguajes de la Universidad de Valencia. angel.lopez@uv.es

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