"Esperamos llegar a un alto el fuego antes de fin de año"
Madrid fue ayer la capital de la búsqueda de la paz en Colombia. Una pesquisa morosa y prolongada, que comenzó Andrés Pastrana antes incluso de asumir la presidencia, en el verano de 1998. El 7 de julio de ese año, el líder conservador se entrevistó en la jungla con el coriáceo y, quizá, ex marxista jefe de las FARC, Manuel Marulanda Vélez, alias Tirofijo, y en el Registro Civil, tan sólo Juan Antonio Marín Marín, puede que ya de 74 años cumplidos. Y ayer el Gobierno colombiano solicitaba en Madrid tanto apoyo diplomático como ayuda económica a más de una veintena de países, reunidos en un foro idóneamente calificado de mesa de donantes.El más alto representante de Bogotá en ese encuentro, el canciller (ministro de Exteriores) Guillermo Fernández de Soto, es un optimista a prueba de sinsabores. Si no, no sería ministro, e incluso mejor que tampoco fuera colombiano. Por ello, a veces no es fácil seguirle en su dominio del calendario. "Llevamos ya tres meses en la mesa de negociaciones con las FARC, y estamos ya en los temas sustantivos. El lunes pasado nos intercambianos propuestas para un alto el fuego". En la compleja negociación colombiana, los tiempos son más rurales (guerrilleros) que urbanos (gubernamentales). Cada uno ha entregado sus propuestas por escrito con un plazo de un mes para que el otro las estudie y formule contrapropuestas.
Fernández de Soto, que va a ser padre próximamente, aunque no primerizo, y luce uno de los bigotes más impecablemente recortados de Bogotá, no osa hacer predicciones. "Esperamos y aspiramos a llegar a un alto el fuego permanente para antes de fin de año". Pero, eso, de nuevo exigirá un abrupto recorrido. "De momento, un cese de hostilidades". ¿No es lo mismo? En Colombia, no. "El cese de hostilidades es el fin de los secuestros de civiles, de los atentados y matanzas contra la población civil, la forma de que la guerra se atenga al derecho humanitario". Matar, pero con reglamento.
Sigue sin ser fácil explicar en Europa que el Gobierno colombiano haya retirado a fuerzas armadas y policía de una extensión del país, en torno a San Vicente del Caguán, de 42.000 kilómetros cuadrados (equivalente a Extremadura) y consentido que la guerrilla organice allí a la vista de todos su Estadillo, sin obtener, a cambio, ni siquiera una guerra limpia.
Pero, en medio de tanta aparente consideración para las FARC, no falta quien dice que Pastrana prepara la guerra. Dentro del llamado Plan Colombia, en el que figura como florón europeo la mesa de donantes, Bogotá va a recibir una ayuda norteamericana de cerca de 1.500 millones de dólares, de los que, en proporciones variables según el interlocutor, buena parte se destina a rearmar y poner en movimiento al bastante estático Ejército colombiano.
Fernández de Soto reconoce que ese fortalecimiento de lo militar existe, pero lo explica muy razonablemente, si vis pacem para bellum, con la necesidad que tiene el Estado de presionar a la guerrilla con las armas. O, como dice el ex canciller Augusto Ramírez Ocampo, presente también en los actos de Madrid, "la ayuda norteamericana obliga a la guerrilla a sentarse a negociar". Pero eso no obsta para que las FARC hayan anunciado que en cuanto vean un helicóptero, nueva hornada, violar sus cielos campesinos, la negociación puede darse por terminada.
El ministro colombiano, como quien saca un ábaco mental, calcula que cabe recabar unos 900 millones de dólares de este nuevo Domund diplomático, cifra que, sumada a otras ayudas bilaterales de países muy presentes en el proceso, como España, Noruega, Alemania, Italia, Francia o Suecia, a lo que suelte la ONU, a lo que ponga sobre la mesa la UE como institución conjunta, podría llegar a casi doblarse. Cuando al canciller se le pregunta por lo que España puede aportar a esa gran subasta internacional de la paz, y como temiendo al igual pasarse que quedarse corto, dice: "Cien millones", casi como si el que los tuviera que desembolsar fuera su interlocutor.
Aproximadamente, es la misma suma para la paz, es decir, para la erradicación de cultivos ilícitos (coca), y su sustitución por otras formas de ordeñar el suelo, la que va a aportar Europa como Washington para que truene el cañón. Aunque también EE UU subraya que sus efectos militares "son sólo para luchar contra el narcotráfico", y no para "escalar la guerra".
Una cierta internacionalización, moral, del conflicto figura, por tanto, prominente e inteligentemente entre los argumentos de convicción de Fernández de Soto. "Con nuestro combate preventivo, estamos impidiendo que miles de personas mueran por la droga en las calles de EE UU y de Europa".
El canciller dice del proceso un poco lo mismo que se dice en Europa de su propia construcción política. "Si miramos para atrás, vemos lo mucho que se ha avanzado en menos de dos años", de lo que es prueba, según Fernández de Soto, que "la propia guerrilla comience a asumir la necesidad de colaborar en la erradicación de la coca", puesto que "su credibilidad internacional depende de que todo el mundo vea cómo se decide a atacar ese mal de raíz".
En ese sentido, hay ya incluso un plan piloto, al que parece que las FARC se han comprometido, para volver a barbecho 500 hectáreas sembradas para la alucinación urbana. Pero lo más original que el canciller colombiano lleva en su cartera es una especie de self service de la lucha contra el último gran vicio de Occidente. "Los países donantes pueden asumir ellos directamente, aunque bajo el control del Gobierno colombiano, planes particulares de erradicación de la coca". Quien esté interesado en esa diplomacia tan bilateral, puede quedarse con unos cientos de hectáreas para extirpar con su propio esfuerzo y financiación el fruto perverso de la tierra. Es como pagarnos un plazo para el cielo.
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