¿Arquitectos tibios? ORIOL BOHIGAS
Han aparecido algunas reflexiones colectivas sobre los problemas de la cultura en Cataluña y exigencias de una mayor atención por parte de las administraciones hacia la adecuada ordenación de la política cultural. Somos muchos los que venimos quejándonos de las persistentes desatenciones de la Generalitat en este campo y de las discriminaciones del Gobierno central en la distribución de nuestros impuestos a la hora de sostener económicamente la cultura. Estos manifiestos han suscitado muchos comentarios en los medios de comunicación y, a menudo, la crisis de la cultura se ha presentado como un factor integrado a una crisis general de Cataluña, en la cual la economía, el poder productivo y el cansancio de las propuestas políticas de soberanía llevan la voz cantante. Con esta generalización corremos el peligro de atribuir equivocadamente algunas responsabilidades y de convertir las reflexiones en una peligrosa vorágine de pesimismos.En el caso de la degradación de las energías productivas de Cataluña o en el de la deflagración de los impulsos políticos entre pactos y consensos contra natura, parece justo atribuir responsabilidades directas a los empresarios y a los políticos que gobiernan o a los que deberían pilotar la oposición. Pero no es justo plantear una acusación paralela a los actores de la cultura. Los escritores, los artistas, los arquitectos, los músicos no son los responsables de esta crisis porque mantienen su creatividad dentro de las posibles líneas de investigación, crítica y compromiso. El que estas líneas puedan conducir a resultados poco relevantes, hay que achacarlo a la falta de mando político, a los desequilibrios impuestos por el centralismo y a la escasa responsabilidad de una parte de la sociedad civil, aquella que debería ejercer su influencia en la política, la economía y, consecuentemente, la cultura. Por esto la crisis es dramática: la cultura existe pero le falta apoyo social e institucional.
Un artículo de Anatxu Zabalbeascoa publicado recientemente en este periódico, insiste en aquella línea crítica que no me parece justa, en general y en particular, porque esta vez se refiere a una pretendida decadencia de la arquitectura catalana en comparación con la de Madrid, un sector cultural que, precisamente, no parece en crisis. El artículo comenta la exposición de Abalos y Herreros en el Colegio de Arquitectos de Barcelona, dirigida por los arquitectos catalanes BOPBAA (Bohigas, Pla y Baquero), dentro del prometedor ciclo Arquitectura a Ibèria que se propone exponer los recientes episodios arquitectónicos de Madrid. Se trata de un ciclo que durante los próximos meses intentará mejorar la información entre las dos ciudades, tal como hace años lo lograron los Pequeños Congresos. Pero el artículo de Zabalbeascoa, en vez de subrayar ese esfuerzo de comunicación -que quisiéramos compartir con un programa paralelo desde Madrid- se inicia extrañamente beligerante: "Los arquitectos madrileños consideran que sus colegas catalanes se han vuelto tibios". Y continúa citando una opinión que no sabemos si corresponde a Abalos y Herreros o a los BOPBAA: la brillantez de las últimas décadas "se ha desvanecido en esfuerzos individuales o fórmulas rutinarias de buen gusto a las que les faltan la emoción y el sentido de aventura del descubrimiento artístico". Aseguran que, frente a la pobreza de la producción arquitectónica catalana reciente "el foco de atención se ha trasladado a Madrid de la mano de una nueva generación de arquitectos que desbordan en audacia y variedad a sus colegas barceloneses".
Aparte de que la audacia y la variedad -dos imposiciones del consumismo- no son cualidades necesarias ni suficientes, las afirmaciones me parecen poco afortunadas si proceden de Abalos y Herreros y un simple juego masoquista si proceden de BOPBAA. ¿Esa nueva generación a la que ellos mismos pertenecen, se autoconsidera tímida y sin capacidad de aventura cultural cuando es precisamente la que está dando mejores muestras de actividad y de exigencia? Esta generación es precisamente la que ha protagonizado en Barcelona -organizadores o asistentes- un par de semanas de alta actividad cultural alrededor de la arquitectura. Ha sido un mes ajetreado: la exposición Meta-City, Data-Town en el Met-room de Beth Galí con el empuje utópico de MVRDV, la conferencia de Winy Maas y la presentación de su nuevo libro, la concesión de los premios FAD, la conferencia de Moneo sobre la ampliación del Prado, los tres días y tres noches de actividad crítica del grupo Metápolis y la editorial Actar que fue una fiesta de polémica y de propuestas positivas y arriesgadas, la exposición de Abalos-Herreros, el premio de la Fundación Oscar Tusquets con la conferencia todavía polémica y agresiva de Venturi y Scott Brown, el seminario sobre arquitectura holandesa (Geuze, van Berkel, Neutelings), las reuniones del jurado del premio europeo Mies van der Rohe, etcétera. Esta generación, además, en continuidad con sus anteriores, ya empieza a estar acreditada con obras de calidad, con investigaciones socialmente comprometidas y con un reconocimiento internacional. Si a ello añadimos las inmediatas perspectivas de una segunda renovación urbanística de Barcelona en la que los jóvenes tendrán su protagonismo, habrá que convenir que las opiniones recogidas en el artículo de Zabalbeascoa son, por lo menos, exageradas.
Durante estas semanas de ajetreo arquitectónico me ausenté un par de días. Fui a Madrid, donde la actividad cultural seguía su propio ritmo. Pero un hecho cultural me sorprendió: la algarada popular contra el proyecto de Moneo para la ampliación del Prado que culminaba con unos carteles colocados en los balcones de la zona del Retiro que clamaban: "Salvemos el claustro de los Jerónimos". Me sorprendió tanta incultura y tanta insensibilidad en la ciudadanía madrileña. El proyecto de Moneo es un esfuerzo de entendimiento de la zona urbana, acogiendo y dignificando la vulgar ruina del claustro. ¿Es una simple actitud reaccionaria o un esfuerzo revolucionario de aquellos que no creen en la "arquitectura tibia sin audacia y variedad"? Es curioso que uno de los proyectos más certeros de Madrid tenga el carácter que se critica de la arquitectura catalana y sea contestado por la cursilería de los habitantes conservadores del Retiro. Llamar tibia a la arquitectura catalana reciente ¿no es también un acto de cursilería?
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