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La Academia se columpia

Años, dice la Real Academia de la Historia, que lleva reuniendo "información detallada de cómo se enseña la historia en la ESO y en el bachillerato". Loable empeño, pues, como se sabe, no escasean los problemas. Para realizarlo no ha tenido mejor ocurrencia que contar con la colaboración de sus miembros correspondientes, base única mencionada para formular, en su mal llamado informe, un "parecer razonado" sobre tan importante cuestión. Los académicos, gentes habituadas al método científico, deberían saber que no hay peor manera de reunir información fiable que encomendar la tarea a corresponsales voluntarios. El sesgo está garantizado desde el mismo punto de partida.Un informe de verdad sobre cómo se enseña la historia habría exigido una previa y metódica labor de encuesta, circunscrita a un periodo de tiempo determinado, realizada por personal cualificado, con riguroso control de una muestra aleatoria, con entrevistas en profundidad a personas representativas de los diferentes sectores implicados, con análisis de contenido de programas y textos, sin dejar nada fuera y sin que nada esté sobrerrepresentado. Nada de eso ha hecho, ni ha encargado que se hiciera, la Academia. Las mínimas cautelas exigidas por el método científico han sido alegremente desechadas. Así le ha lucido el pelo.

Pues, con semejante falta de rigor, no es sorprendente que los autores confiesen con candidez que carecen de noticias sobre un elemento esencial: la actividad docente desarrollada por cada profesor en el aula. Acabáramos: si le faltan noticias sobre ese elemento esencial, lo que hace la Academia con su presunto informe es perder una excelente ocasión para mantener la boca cerrada. Pues, al abrirla, no puede hablar más que de "la impresión" obtenida al concluir un "somero recorrido". Pero ¿cómo se han atrevido los redactores del documento a transmitir impresiones derivadas de someros recorridos? Eso lo puede hacer alguien en una tertulia de amiguetes, que si Fulanita me dijo, que si has visto lo que dice Menganito. Pero una Academia no se puede permitir la licencia de presentar, como parecer razonado, lo que no pasa de ser una impresión obtenida tras un somero recorrido.

Porque luego, y como el que cotillea de tal o cual cosa, la anécdota se eleva a categoría: el recorrido, por muy somero que sea, será suficiente para afirmar que la enseñanza de la historia destinada "al conjunto de los ciudadanos españoles" es de "desdibujamiento e imprecisión". Ah, qué sagaces son estos académicos: les basta una impresión para emitir un diagnóstico de carácter general y para formular, sin haber tenido antes la precaución de estudiar al profesorado, ni de analizar los textos, ni de seguir el desarrollo de la docencia, ni de medir sus resultados, un juicio de valor condenatorio: la enseñanza de la historia en España está a manos de ignorantes o tergiversadores, afectados de sociologismo, pedagogismo y politicismo. Bravo por la Academia.

Hubo una vez en España unos pedagogos adelantados a su tiempo que amaban a su país y que tuvieron la arriesgada idea de transmitir ese amor a sus alumnos prescindiendo de textos, sacándolos del aula, llevándolos de paseo por los alrededores y enseñándoles a descifrar desde el presente las huellas del pasado. Si hubieran leído que, más de cien años después de su esforzada tarea, la Academia se atrevía a proponer que "los grandes personajes y los acontecimientos políticos deberán servir para formar el armazón de la disciplina" les hubiera dado un soponcio. Y es que, desde la ocurrencia de encargar la recogida de información a sus corresponsales hasta la reivindicación del gran personaje, la Academia no deja ni por un momento de columpiarse. Una lástima, la verdad, porque, como muestra la airada reacción de los nacionalistas, siempre a la que salta, la enseñanza de la historia plantea en España serios problemas que la ligereza inaudita de este informe no hará más que agravar.

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