_
_
_
_
Tribuna:LA CLAVE | TOUR 2000 | Primera etapa
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La EPO y el dopaje sanguíneo

La sangre ha fascinado a los deportistas desde siempre. Desde los tiempos de los gladiadores, que se bebían la sangre de los adversarios a los que derrotaban, hasta hoy. Saben que por la sangre circulan los glóbulos rojos. Y que los glóbulos rojos transportan el oxígeno (unido a una proteína, la hemoglobina) desde los pulmones a los tejidos (por ejemplo, a los músculos en ejercicio). Así que cuantos más glóbulos rojos, mejor. O lo que es lo mismo: cuanto mayor sea el hematocrito (que es el porcentaje de la sangre que está constituido por estas células), mejor. La ecuación es muy sencilla: en un mismo ciclista, más hematocrito significa más vatios y más consumo máximo de oxígeno (VO2max). Pongamos que un 5% ó 10% más. O sea, mucho. La ecuación es cierta siempre que este parámetro, el hematocrito, no aumente tanto como para hacer que la sangre se haga excesivamente viscosa, exigiéndole por ello demasiado trabajo a la bomba cardíaca. Pero hasta que el hematocrito de un deportista de alto nivel (cuyos valores normales oscilan entre 38% y 52%) no sobrepase el 55% no podemos hablar de sangre viscosa

Más información
Armstrong marca de nuevo el camino
Nubes y claros en el ONCE
Ya soy un veterano
El hematocrito manda a casa a tres corredores sin dar una pedalada

El problema (el gran problema) es que existen posibilidades de aumentar artificialmente el hematocrito (y por tanto el rendimiento físico) desde sus valores normales (pongamos que 40%-45% en un ciclista) hasta el citado límite de hiperviscosidad sanguínea. La primera posibilidad es transfundirle sangre al deportista. Aunque ya lo habían probado los americanos en los pilotos que debían bombardear Alemania durante la segunda guerra mundial, las primeras investigaciones empezaron en los años setenta. Pero desde finales de los ochenta existe otro método aún más sencillo para incrementar el hematocrito de un deportista: inyectarle eritropoietina exógena (abreviada EPO) desarrollada por ingeniería genética. En efecto, esta hormona es idéntica (o casi) a la que producen naturalmente nuestros riñones con el objeto de aumentar la producción de glóbulos rojos. Sin embargo, en la mayoría de los deportistas la actividad de la EPO natural (o endógena) nunca es tan elevada como para permitirles alcanzar muy altos valores de hematocrito. Con la EPO exógena, el efecto es dosis-respuesta: cuanto más inyecciones, más glóbulos rojos.

El hecho de que con esta droga aumente tanto el rendimiento del atleta nos explica un fenómeno fisiológico de gran belleza: lo entrenados que están sus músculos, y lo mucho que le exigen a la bomba cardíaca. Le piden sangre (y mucha) tanto los músculos en ejercicio (los de las piernas, que quieren oxígeno), como los músculos respiratorios (aunque son los encargados de que entre oxígeno en nuestra sangre, también necesitan oxígeno para contraerse) y la piel (que no quiere el oxígeno de la sangre, pero sí su porción líquida o plasma sanguíneo, para enfriar el cuerpo. Y aún hay más: la adaptación al entrenamiento de resistencia consiste en crear multitud de pequeños vasos (arteriolas y capilares) en los músculos. Tantos que si todos se abriesen a la vez (como un sistema de canales), posiblemente la sangre bombeada por el corazón perdería demasiada presión (o velocidad). Y también nuestro cerebro necesita que no baje la presión sanguínea, pues la sangre llega al mismo venciendo la fuerza de la gravedad. O sea, que hay que cerrar algunos vasos (aunque sean los que van a los músculos), porque el corazón no tiene capacidad para llenarlos a todos de sangre. Ante tales disyuntivas, una buena solución consiste en meter más glóbulos rojos (o sea, más oxígeno) en la sangre a través del dopaje sanguíneo: si hay más oxígeno en un mismo volumen de sangre (unos seis litros en total suele tener un ciclista), el corazón puede satisfacer mejor las necesidades de tan exigentes clientes como son los músculos. Por ello, se dice que el techo o límite del rendimiento en deportes como el ciclismo está en el corazón, no en los músculos.

Alejandro Lucía es fisiólogo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_