El camino hacia los objetivos finales de la UE
El autor formula los pasos que debería dar la Unión Europea para recorrer el camino hacia un esquema federal
Hemos captado el valor de la propuesta del ministro de Asuntos Exteriores alemán, Joschka Fischer, que replantea, en un momento crucial, en medio de la Conferencia Intergubernamental para la revisión del Tratado y en vísperas de la ampliación, el tema de las finalidades últimas de la Unión Europea según un esquema federal: un Gobierno, un Parlamento con estructura bicameral.Considero útil aclarar algunos aspectos de la cuestión. En el pasado, sólo raramente hubo debate sobre los objetivos finales de la Unión; por ejemplo, en 1960, cuando Francia propuso el plan Fouchet; o bien, cuando en el borrador del Tratado, presentado en el mes de diciembre de 1991 al Consejo Europeo de Maastricht, se habló de una "vocación federal" de la Unión; tal mención se borró del texto acordado al final de las negociaciones. La propuesta de Fischer vuelve a abrir el debate y tiene el gran mérito no sólo de recordar a los países miembros -sobre todo a los fundadores- su responsabilidad, sino también de señalar un punto de llegada posible, por lo menos para un número limitado de países.
Es tarea de los países miembros imaginar cómo se puede vislumbrar y recorrer un camino hacia estructuras federales. Efectivamente, no podemos ignorar las negociaciones en curso, ni imaginar que el ambicioso objetivo indicado por el ministro alemán pueda servir de pretexto para ignorar los nudos que hay que desatar a breve plazo.
En particular considero necesario crear hoy las condiciones que permitan -mañana- actuar en el camino indicado por el ministro Fisher; establecer hoy las reglas que nos permitan mañana volver a encontrar las aspiraciones iniciales de la Unión.
A tal respecto observamos con preocupación las múltiples dificultades que encuentra la Conferencia Intergubernamental para llevar a cabo la negociación, incluso sobre los puntos que quedaron pendientes en Amsterdam (composición de la Comisión, voto por mayoría en el Consejo, su nueva ponderación). No todos los países miembros parecen, por el momento, conscientes de lo que representa el reto de la ampliación y de las modificaciones, profundas pero indispensables, que ésta conlleva, a pesar del paciente trabajo de la presidencia portuguesa.
Así pues, considero que se pueden imaginar tres fases, no necesariamente diferentes entre sí:
1. Terminar la Conferencia Intergubernamental, resolviendo de modo satisfactorio los puntos no cerrados en Amsterdam, e incluyendo en el nuevo tratado tanto la Carta de los Derechos como las decisiones ya tomadas en materia de defensa.
2. Modificar las normas sobre la flexibilidad o cooperación reforzada, ya presentes en el Tratado de Amsterdam, pero en medida demasiado limitada en cuanto a los objetivos y con excesivos vínculos para su aplicación concreta.
Vale la pena detenerse a reflexionar sobre esta segunda fase.
Efectivamente, en ella está el punto de sutura, el puente entre la situación actual y los objetivos más lejanos señalados por Fischer: la llave consiste, justamente, en modificar las cooperaciones reforzadas que deben decidirse hoy en la Conferencia Intergubernamental, para permitir que una minoría construya una estructura más coherente y ambiciosa.
En la práctica, se trata de "organizar las diferencias" que nacen de las diversas concepciones de los objetivos finales de la Unión. Ésta garantiza la "diversidad", por ejemplo, a través de los periodos transitorios y las excepciones. Se trata de registrar en los tratados también una visión diversificada del punto de llegada final.
Para subrayar la posibilidad, entre los países a la vanguardia, no sólo de avanzar en políticas específicas, sino también de establecer convergencias desde las instituciones nacionales, proponemos en primer lugar que se hable de "integración" más que de cooperación "reforzada". Así pues, dentro de esta perspectiva, se podría dar valor general -tal vez integrándola- a la cláusula ya prevista para el Benelux en los Tratados de Roma, cláusula que en la práctica ya concretaba una forma de integración más estrecha, dentro de un marco institucional común para todos los miembros.
Además, se debería abolir el actual poder de veto sobre las cooperaciones reforzadas, reconocido a cualquier país que invoque un interés nacional importante. Según nuestra opinión, esto parece más bien una ilícita codificación del compromiso de Luxemburgo.
Ante las dimensiones de la ampliación, con la que se duplica el número de los miembros, se debería, finalmente, permitir a una minoría separarse de la mayoría. Actualmente, en cambio, las cooperaciones reforzadas son posibles únicamente si en éstas participa, por lo menos, la mayoría de los países miembros.
Así pues, éstas son, según el punto de vista italiano, las modificaciones más importantes que habría que aportar a la cooperación reforzada para transformarla en integración reforzada y adaptar las estructuras de la Unión a su creciente diversidad, sobre todo en una perspectiva de futuro.
3. Una vez modificadas las reglas, un grupo de países a la vanguardia, partiendo de los Estados fundadores o bien de los que se adhieren a la moneda única -o bien, más sencillamente, de los que tienen vocación federal-, deberá realizar convergencias privilegiadas y fuertes en el campo de los instrumentos de gobierno nacionales.
Así pues, he aquí la meta posible, capaz de conciliar la ulterior integración con la concordancia institucional, indispensable para dar fuerza y coherencia a la Unión.
Como decía Jean Monnet, "lo esencial es tener un objetivo claro y no perderlo nunca de vista".
Lamberto Dini es ministro de Asuntos Exteriores de Italia.
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