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Sobre el bienestar

Josep Ramoneda

Los caminos por los que unos hechos continuados alcanzan súbitamente la categoría de problema político son a veces inescrutables. Casi siempre empiezan con algún muerto, pero el momento y la circunstancia en que saltan a las portadas son difíciles de prever. Las listas de espera son un tema tan viejo como la Seguridad Social. Y ha sido ahora a través de una carta a un periódico que un médico, con autoridad en cirugía en el Hospital de Sant Pau, de Barcelona, las ha ascendido a la categoría de titulares. El cirujano ponía nueve muertes sobre la mesa: gentes que habrían fallecido en espera de ser operadas de corazón. Inmediatamente han ido brotando noticias de esta misma fatalidad desde otros puntos del sistema sanitario. Las preguntas se agolpan: ¿Por qué no lo denunciaron antes? ¿Hay que entender que se habían agotado sin éxito los cauces reglamentarios? ¿Cómo se explica que, ante hechos tan graves, los médicos que ahora denuncian estuvieran callados?Es difícil determinar en qué casos hay una relación directa causa-efecto entre el retraso de la operación y la muerte. Pero no hace falta acudir a estos extremos tan dramáticos para considerar escandaloso el problema de las listas de espera y su entorno (quirófanos subutilizados, operaciones en hospitales concertados que cuestan más dinero...). La dilación en las operaciones -aunque no sean de vida o muerte- genera una angustia en el enfermo que un sistema sanitario que de verdad ponga al ciudadano en primer lugar no puede permitir.

En realidad, la cuestión de las listas tiene mucho que ver con la idea de bienestar social. En estos tiempos de hegemonía de la cultura del dinero parece como si el bienestar sólo fuera cuestión de crecimiento e impuestos: como si el ciudadano Nif fuera un constructo humano con bolsillo pero sin alma, del mismo modo que el trabajador es tratado como un simple factor en la configuración de los costes empresariales, el primero en el que se piensa a la hora de recortar gasto. Ya va siendo hora de que se recupere una noción mucho más amplia del bienestar que parta del reconocimiento de la dignidad de cada cual. La angustia de las listas es inaceptable desde una concepción no sólo cuantitativa del bienestar humano. De un tiempo a esta parte, los políticos de derechas, pero también de izquierdas, se pirran por sentar hombres de empresa en sus Gobiernos. Recuerdo que, cuando el debate sobre la ingeniería fiscal de Piqué, un economista (y de izquierdas) me dijo que no aceptar esto equivalía a hacer imposible que la experiencia de la gestión empresarial se incorporara a la política. No hace ninguna falta. Los objetivos de la política y de la empresa son diferentes. El empresario tiene una prioridad absoluta: ganar dinero. Y no duda en reiterarlo. (No entro aquí en discutir si debe ser o no ésta misión del empresario, me atengo a lo que es). El político debe ocuparse de las condiciones del bienestar de los ciudadanos, de impedir que la lucha por la conquista del dinero rompa los equilibrios sociales básicos. Ambos objetivos son en buena medida incompatibles: en buena parte, la vitalidad de las sociedades democráticas avanzadas está en que se mantenga activa la tensión entre estos dos polos.

En una época en que el equilibrio se rompe porque el dinero achata la política, el mito del gestor empresarial sirve para dar a entender que los problemas políticos sólo requieren soluciones técnicas. Y no es verdad. Ni es útil para resolver las listas. La política tiene prioridades que puede que cierta idea de la economía no entienda. Parafraseando a Luttwak, la sociedad no existe para satisfacer las necesidades de la economía como pretende la cada vez más incontestada ideología dominante, sino que la economía debería servir para satisfacer las necesidades de la sociedad. Hay problemas en que no se puede pensar en términos de ahorro. El debate tardío e inesperado de las listas podría contribuir a sacar la idea de bienestar social de las estrecheces economicistas. No sólo de dinero vive el hombre. Aunque todo tenga un precio. Ésta es la confusión con la que se juega: porque todo tiene un precio, el dinero es lo único importante. Y no es verdad, entre otras cosas porque el dinero se puede utilizar de muchas maneras. ¿De qué sirve el deficit 0 si no se atiende debidamente a los enfermos?

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