"Mi problema es que pienso mucho"
ENVIADO ESPECIALLars von Trier ha decidido liberarse. Más. Esta vez, el cineasta danés, con 44 años y cuatro hijos, no se ha traído la chaqueta de su compatriota Theodor Dreyer, que compró en una subasta para ponérsela el día que se presentó en Cannes a recoger su primera Palma de Oro, con Rompiendo las olas. "He crecido y quiero deshacerme de la sombra de Dreyer, quiero ser libre; además, esa chaqueta da mucho calor", declaró el líder del movimiento Dogma, que tanto furor causa en las cinematografías del mundo. Lo hizo en un encuentro con seis periodistas europeos, tres días antes de que ayer consiguiera su segundo trofeo en el festival más importante del mundo, la Palma de Oro, gracias a los frutos de su nuevo experimento, Dancer in the dark, una tragedia musical protagonizada por la rockera islandesa Björk y la gran dama amante de la aventura artística, Catherine Denueve, que ha sido reconocida como la obra más importante de la muestra finalizada ayer.
"Mi problema es que pienso mucho", decía un tanto atosigado por preguntas a las que le costaba encontrar respuesta. Piensa y se centra. Por ejemplo, este proyecto, sorprendente, arrebatador, que mezcla tragedias y denuncias contemporáneas con una manera de rodar y concebir el musical que no se había visto nunca, le ha costado dos años de disgustos. "En este par de años en el que hemos preparado la película no ha habido un segundo en el que no sintiéramos que todo era un desastre", cuenta.
No sólo ha vivido esa angustia por la sensación de que afrontaba su proyecto más caro -"no quiero ni pensar en lo que nos ha costado: nos ha arruinado, somos una productora pequeña"-, sino también por los problemas que ha vivido con Björk en el rodaje, que viendo la intensidad del resultado no resultan nada extraños. "¿Que os cuente cosas de Björk? Es agotadora", empezaba diciendo. "Como cantante en mi vida la había oído. Yo tengo un gusto terrible, escucho a los Backstreet Boys y cosas así". Pero al ver un vídeo con la cantante islandesa, este astuto cineasta, que engaña con la apariencia de comunero hippie que puede hacerle parecer más fuera del mundo de lo que está, comprendió que podía ser una bomba en pantalla. Y lo es. Una bomba literal, en lo bueno y en lo malo. "Me di cuenta de que era fascinante, con un talento extraño. Le ha costado todo muchísimo porque ella no interpreta, lo vive y lo siente literalmente".
Convencerla no fue difícil. "Le expliqué mi idea de los números musicales, que en la película surgen todos de un sonido que está en el ambiente y la hacen imaginar un mundo ideal hacia el que escapar de su fábrica, por ejemplo. Ella había trabajado en una fábrica de pescado en Islandia, quitando gusanos de los peces. Sintió que le pasaba algo parecido a la idea y eso la atrapó".
Para dichos números no hay grúas, ni travellings, ni movimientos de cámara espectaculares. "Los rodamos con 100 cámaras de vídeo a la vez, quería alejarme de la superficialidad de los vídeos musicales, de su distancia", asegura. 100 cámaras que apuntan a Björk y los cuerpos de baile, que llenan de colorido una realidad insoportable para la protagonista, que opta por el sacrificio, como en el caso de Emily Watson en Rompiendo las olas, la película de Trier que más se parece a Dancer in the dark. "Los americanos dicen que si tienes éxito con algo en la vida, lo que tienes que hacer es repetir la fórmula. Pero no es eso, la clave es que en mi cine hay siempre dos motores fundamentales. Siempre hay un hombre en caos y una mujer que toma las riendas y soluciona las cosas, y éstas van a por todo, a por el oro, hasta el final".
La historia se sitúa en los Estados Unidos de los sesenta, pero se da el caso de que Von Trier no ha estado nunca allí. "En mi vida. Rodamos en Suecia", cuenta.
Es difícil que allí admitan con los brazos abiertos a alguien que lleva la sintonía de La Internacional en su móvil. "Me costó encontrar uno que la tuviera, pero la encontré. He sido comunista, ya no, fui a los países del este de Europa en los años previos a la caída del muro y era difícil seguir convencido, sin embargo algunas convicciones morales, claro que me quedan", afirma. Y las destila en sus películas. Una determinación radical en contra de cosas como la pena de muerte, por ejemplo. "Es algo pervertido, los Estados no pueden matar a nadie. Sólo se mata por venganza, entiendo yo, y los estados no pueden convertirse en grandes vengadores sociales".
Muertes, sacrificios, redenciones, son los temas que obsesionan a este personaje crucial del cine contemporáneo, rapadito, con pañuelo indio al cuello, sandalias de goma, pantalones blancos de bolsillos numerosos, ojos reducidos y fruncidos por la claridad del sol de la Costa Azul. ¿No le gustaría salvar a sus personajes? "No está en mi mano, cuando haces personajes no puedes decidir por ellos", asegura.
Esquimales en la jungla
Llegaron los dos a la alfombra roja cogidos de la mano, certificando las paces de un rodaje que les ha destrozado y del que ahora recogen los primeros frutos. Björk, sonriente niña esquimal, vestido a rayas alucinógenas, un bolso con forma de loro dorado y flores. Lars von Trier, sonrosadito y con cara de vendedor de pescado congelado, una botella de agua en la mano y la acreditación, por si no le conocían. Ella se llevó el premio a la interpretación femenina y dijo con su voz de sintonía de teléfono móvil: "Estoy muy agradecida, gracias". Nada más. Él subió a por la Palma de Oro, hizo llorar a su madrina Catherine Deneuve, que se la entregó, y después el trofeo se le cayó al suelo. "Gracias a Gilles Jacob, me cuida mucho, no sé si sabe de cine, pero me cuida mucho". Como dos esquimales en la jungla.
Babelia
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