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Cervantes, KO MIGUEL GARCÍA-POSADA

Parece que la Generalitat de Cataluña ha decidido diluir de facto la enseñanza de la literatura en los últimos niveles de la enseñanza secundaria obligatoria y en los bachilleratos científico y técnico. La excusa que se da es la abrumación de horas que recae sobre los estudiantes. En vista de lo cual se mata al perro de la literatura y se acaba con las rabias estéticas, que son tan nocivas.Al final siempre estamos en las mismas: el más débil paga todas las deudas. El Gobierno central dice defender las humanidades, pero en sus barbas la Generalitat hace de su capa un sayo y vocea que con menos Shakespeare y menos Cervantes los pobrecitos estudiantes se sentirán más aliviados. Todos los caminos terminan en el palo a las humanidades. Ya dijo la sonrisa dental de la dictadura aquello de "más deporte y menos latín"; ahora, aunque con mejores maneras, se postula cosa idéntica.

Uno no sabe si la literatura catalana correrá la misma suerte, pero es de temer que sí. Lo que está en juego son las letras, y el palurdo aquel de Larra dejó muy claro hace ya casi dos siglos que las más convenientes eran las de cambio. En el cambio estamos, que los jóvenes catalanes saldrán más preparados sin saber qué es el Quijote -una extravagancia al fin-, ni tener noción de quién es Shakespeare, ese escritor que descubrió la psicología varios siglos antes que el pensamiento científico, pero qué mas da.

A uno le gustaría que en vez de invocar problemas de horario se dijera la verdad, y la verdad es que la literatura no interesa, que no sirve para hacer mejores empleados ni más hábiles cibernautas, ni más adecuadores corredores de comercio. Cuanto más sanos estén nuestros adolescentes, mejor para todos: la mente iletrada en un cuerpo sano, valdría decir rehaciendo el adagio latino. Un chalado como don Quijote no da pautas de nada y leer aventuras de jóvenes que se aman en secreto, y no en las pantallas de televisión, es ganas de perder el tiempo. Así piensan, a fin de cuentas (lo de pensar es figurado, claro), los responsables políticos, o la mayoría de ellos, aunque no tengan ni el valor ni la dignidad necesarios para proclamarlo públicamente.

Quede claro que uno no teme por la suerte de la literatura, que estaría aviada si dependiera de estos dómines. La literatura seguirá su camino alentada por las minorías, sus sempiternas compañeras; y es tan fuerte y tiene tantos siglos detrás que no hay responsable político capaz de cargársela. Ni a ellos, ni siquiera a los doctos, les debe nada. Cervantes y Shakespeare crecieron extramuros de las universidades. Uno fue un machacado alcabalero y el otro un cómico de mal vivir.

El Quijote nace entre posadas malolientes, las del camino real de Madrid a Sevilla, y Shakespeare escribe perseguido por el fango y las malas tretas del Londres más suburbial. Las academias vendrían después. De manera que los programadores educativos pueden seguir haciendo encajes de bolillos con el horario escolar, que no va a pasar nada, absolutamente nada. Un poco más de barbarie sí habrá, pero a estas alturas un poco más no va a notarse demasiado. Al tiempo.

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