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Reportaje:

Contra los genocidas

Corría el año 1484. La familia formada en Sevilla por un panadero de apellido Peñalosa y una mujer, quizá canaria, de apellido Casaús, castellanizado en Las Casas, recibía a un niño en su seno, cuenta Isacio Pérez. Bartolomé creció sano. Estudió en Sevilla primero y en Valladolid después. Cuando era aún adolescente surgió el encuentro de España con América. Aquello supuso para las gentes pobres una esperanza de vida mejor. Con la mirada en el nuevo continente, Bartolomé marchó a Roma, donde se ordenó sacerdote en 1507. Las Casas viajó a América en 1510. Era la primera de sus 20 travesías del Atlántico que, a lo largo de su longeva vida, realizaría. Allí conoció bien el sistema de las encomiendas territoriales, que los conquistadores aplicaron salvajemente a su antojo. Resultado de aquellas inhumanas prácticas fue la esclavización de los indígenas y la despoblación de sus tierras, más los estragos y saqueos completos de sus riquezas. En 1522, Bartolomé decidió incorporarse a la Orden de Predicadores. Sus enemigos le dieron por muerto. Para el emperador escribe su Brevísima relación de la destrucción de las Indias. El libro levanta ampollas. Nombrado obispo de Chiapas, en México, el fraile despliega con arrojo la defensa de los indígenas. Desde entonces, y hasta su muerte, en 1566, su palabra tronó en América. Y en Madrid, donde Carlos V le concedió la prerrogativa de deponer sus testimonios, hasta dos horas al día, ante el Consejo de Indias. Allí, comprometido en la protección de los indios sometidos al exterminio por el tropel de esclavistas, hizo cuanto pudo por detener las manos asesinas. Murió pobre.

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El enigma de fray Bartolomé de Las Casas
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