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"Déle duro, Varguitas"

Juan Cruz

Desde 1990, cuando fracasó en su intento de vencer a Fujimori en las elecciones para presidir su país, Mario Vargas Llosa, el novelista peruano de La ciudad y los perros, había regresado cinco veces a Lima, la ciudad donde se formó; tres veces lo hizo por razones personales, una vez recibió honores académicos y en otra ocasión presentó una novela; en todas las ocasiones, según su recuerdo, ha recibido algún tipo de reproche en la calle, le han llamado traidor, le han gritado que regrese a España y han convertido sus caminatas en el presagio de un calvario civil, sobre todo desde que en 1992 se enfrentó abiertamente al Gobierno de Fujimori, que entonces se dio a sí mismo un golpe de Estado, y pidió y obtuvo la doble nacionalidad hispanoperuana.Sin embargo, la semana pasada, cuando ha ido a presentar su última novela, La fiesta del Chivo, sobre la dictadura dominicana, los peruanos han recibido a Vargas Llosa, el Varguitas de Conversación en la Catedral, con un afecto palpable, que se ha puesto de evidencia en sus caminatas, que siempre hace con su esposa, Patricia, en sus comparecencias públicas (2.200 personas fueron en la universidad al acto inaugural de su novela) y en las entrevistas innumerables que le hicieron en prensa, radio y televisión; este intelectual en general seguro de sí mismo estuvo a punto de llorar al menos en dos ocasiones: cuando comprobó la ovación que le dedicó el público universitario y cuando en una entrevista televisiva le mostraron una fotografía para él desconocida de su padre, con quien tuvo una difícil relación que él mismo cuenta en su libro autobiográfico El pez en el agua.

En estas viñetas tratamos de reconstruir este viaje que ha supuesto la reconciliación de Vargas Llosa con su país. "Has nacido otra vez, y en Lima", le dijeron, y él respondió: "Tal vez".

Déle duro. El Leoncio Prado, el colegio militar donde Vargas Llosa sitúa La ciudad y los perros, era antes un recinto vallado y gris, y ahora asoman algunos colorines; la disciplina sigue siendo tan férrea como cuando Vargas era allí el cadete Varguitas, y los gritos que los estudiantes-soldados profieren son las mismas invectivas contra los vecinos chilenos; las duchas, le dicen, siguen siendo heladoras, "para que la gente sea más macha", y sigue siendo difícil sobrevivir sin heroísmo dentro de estas paredes que huelen a salitre. "Yo sobrevivía escribiendo". Vargas Llosa no ha querido dejar de visitar el Leoncio Prado el último día de su reencuentro con Lima, y aquí le reciben profesores que entonces no le conocieron. Hace años quemaron los militares peruanos La ciudad y los perros, por antimilitarista; ahora corre la especie de que son militares los que facilitan el pirateo abundante de su última novela, pero aquí le tratan como "historia del colegio", y algunos colegiales leen a escondidas esa primera novela grande de su ex compañero. La familiaridad llega a tal grado que en algún momento oímos que alguno de los que le recibieron le confía: "Déle duro, Varguitas". Le hacen un guiño político y el objetivo es Fujimori.

Ahí estudié yo. Durante su paseo por la ciudad que él vivió, Vargas Llosa rememoró esa tarde algunas escenas que le conmovieron. Dos ancianas vendedoras de chucherías le abrazaron y le besaron. "Tenía que haber estado usted, no nos iría como nos va". "Pero ustedes votaron por otro". Una joven le gritó el antes usual "¡vuélvete para España!", pero, cuando él le sonrió, ella no sólo le devolvió la sonrisa, sino que le mandó un beso volado. Mientras esa escena tenía lugar, un quiosco de prensa chicha (la prensa amarilla que en su mayor parte apoya e instruye el Gobierno) resume en un titular la vieja rencilla con el novelista: "Como siempre, viene, miente, insulta y se va". Al otro lado, la Facultad de Letras, y Vargas grita: "¡Ahí estudié yo!". Y sigue su camino.

El velo de la angustia. Decía Melville que Lima es la ciudad "más extraña y triste que se puede ver", "es la ciudad cubierta por el velo de la angustia". Por ese paisaje deambula Vargas Llosa esta tarde; traspasa la plaza de Armas, baja hacia el palacio presidencial ("si hubiera sido presidente, este libro, por ejemplo, no se hubiera escrito"), cruza el barrio chino y da varias vueltas a los mismos lugares; parece que se los quiere llevar. En todas partes le han hecho un reproche que también es gubernamental: se mete tanto con Fujimori porque no pudo ser presidente. No se indigna, se angustia, o al menos eso es lo que se percibe, y entonces se produce una de las raras ocasiones en que Vargas alude a su carrera pasada de escritor: "Gracias a que no me votaron presidente he escrito libros, he recibido premios, he alcanzado reconocimientos que jamás hubiera soñado. Hablo contra la dictadura porque me repugna, eso es todo". No hay angustia, pero lo que no hay en él es resignación; no la hubo jamás.

El momento más tenso. La conferencia de prensa con los periodistas peruanos se presagiaba como un momento tenso del viaje; pero -él mismo lo reconoce- han pasado diez años, la campaña gubernamental contra él -ahora es español, respira por la herida, es una voz solitaria y rencorosa- se ha diluido con el tiempo y además los periodistas son muy jóvenes; de modo que casi sólo se habla de literatura; pero Vargas ha dicho la noche anterior que Vladimiro Montesinos, el todopoderoso asesor del presidente Fujimori cuyos ejércitos en la sombra son impunes en Perú, es un criminal, cómplice de torturadores y ladrón, y un periodista de Expreso, diario hostil a Vargas y manifiestamente entregado a Fujimori, le pregunta al escritor si tiene cómo sustentar esas afirmaciones. Es entonces cuando vemos a Vargas Llosa, que siempre habla con la cabeza, desatar la emoción de su mayor vehemencia, y se nota su pasión incluso física: habla de los torturados y de los extorsionados, y de los asesinados, y al final advierte: "Quien calla es cómplice; no se puede guardar un silencio sepulcral; yo callé y acaté hasta el 92, cuando se produjo el golpe de Estado, pero no se puede permanecer impasible frente a las fechorías". Para distender el ambiente, alguien le preguntó luego: "¿Y no escribiría usted dentro de diez años La fiesta del Chino? ". La respuesta: "Tengo ganas de escribir de otros temas, aunque un escritor no debe decir nunca de esta agua no beberé".

Sartrecillo. Aparte de Varguitas, a Vargas Llosa le llamaron el sartrecillo valiente por la admiración que expresó por Jean-Paul Sartre en los años sesenta; ahora sigue defendiendo el compromiso con la literatura como esencia de su pasión de escritor, y lo dijo en Lima muchas veces; Alonso Cueto, periodista y novelista peruano, le ve así ahora: "Es un tipo de intelectual francés del siglo XIX que personifica la conciencia de una nación, una especie de Víctor Hugo o de Zola, que encarnan la voz de una colectividad en torno a los temas de su gobierno. Pero, claro, Sartre es un referente muy importante en su juventud". ¿Y de dónde le viene esa pasión, cómo quiso ser presidente? "Es arequipeño, y Arequipa es una ciudad hecha de piedra, es volcánica, dura y rebelde, y un arequipeño quiere ser siempre un líder". "Es un peruano; jamás dejará de ser otra cosa que un gran escritor peruano", eso es lo que dice de él Alfredo Bryce Echenique. Bryce le acompañó en la presentación de su novela en Lima y le rindió homenaje como ex alumno y ahora como profesor: le dedicó una de las clases doctorales que pronuncia en la Universidad Peruana de las Ciencias. "Además, se puede ser peruano siendo de cualquier parte".

El perdedor flaco. No fue ahora a Lima a presentar su candidatura, pero no han dejado de recordarle que fue un candidato; un hombre acudió a la salida de un canal de televisión con un cartel de 1990 en el que aparecía Vargas Llosa prometiendo el cambio en Perú. "Una década perdida", le dijeron. "Así son las cosas". "Perdí diez kilos en esa campaña, aprendí muchas cosas, pero jamás lo volvería a hacer", dijo. Cuando fracasó hizo su viaje de difícil retorno a Europa, se pesó en París, dio 72 kilos en la báscula y este hombre corpulento al que ya se le caían los pantalones quedó estupefacto ante el efecto que había tenido sobre su cuerpo el esfuerzo fallido; después de la báscula reinició su carrera de escritor; ahora le han tratado en Lima como si fuera a la campaña otra vez; dijo que apoyaba a Alejandro Toledo, que éste era una ocasión de cambio y de esperanza, pero no consta ningún encuentro público con el candidato opositor a Fujimori; en su paseo limeño se bajó a veces del coche y le rodearon jóvenes y viejos. "Entremos en el coche, entremos en el coche, que van a creer que estoy en campaña". Ahora, más robusto que en 1990, se siente conmovido; los que estaban a su lado, nunca le habían visto tan feliz en Lima, desde hacía muchos años. Le vi comer rocotos y chupe de camarones: pura comida de Arequipa, abundante y picante, y larga.

¿Y cuándo se jodió el Perú? Un periodista le dijo: "¿Qué vigencia tiene su pregunta más conocida y universal, esa que dice en Conversación en la Catedral 'y en qué momento se jodió el Perú, Zavalita'? El escritor pensó unos segundos, como si tratara de medir la nostalgia, y respondió:

-¿En qué momento se jodió el Perú? Pues sí, lo han ido jodiendo y lo han seguido jodiendo poco a poco.

El paisaje. En la caminata cotidiana de Mario Vargas Llosa hay un lugar inexcusable, el parque Salazar, donde ligó en la adolescencia y donde se sitúan los paisajes de Los jefes y Los cachorros, por aquí correteó triste Pichula Cuéllar; ahora han remodelado el parque, lo han sustituido por otro, "han roto recuerdos de mi adolescencia, y eso es imperdonable", pero Lima, esta ciudad en la que el blanco del cielo parece una mano y una amenaza, le ha dado un abrazo cuya intensidad él no esperaba y que alguna vez, estos días, le ha devuelto la necesidad antigua de llorar de alegría.

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