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Un concurso de narices

Javier Arroyo

Recordar aromas, colores y sabores. Ese es el trabajo del sumiller o catador de vino. Santiago Domínguez, propietario de un restaurante y sumiller profesional, lleva más de 30 años en la profesión. Su bodega, según él, tiene más de 120.000 botellas. Santiago se bebe, con su mujer, una botella de vino al día. Gracias a ese esfuerzo, ayer consiguió pasar a la final del trofeo Nariz de oro, cuya semifinal para Andalucía oriental se celebró en Málaga. El concurso, que no premia la nariz más grande, servirá para reconocer al catador de vinos más cualificado de España. Con Santiago, también estará en la final José Roldán, profesor de la Escuela de Hostelería de Benalmádena.

Más de 20 sumilleres participaron en la prueba. Ésta, una cata ciega, no fue nada fácil. Pudieron mirar, oler y probar cuatro vinos durante cinco minutos. Después, en un catavinos negro y sólo por el aroma, debían reconocer el año de la cosecha y realizar una ficha técnica del caldo. Al final, Santiago y José demostraron tener la nariz con mejor memoria.

Los catadores sufrieron, además, la cata de otros 42 vinos y eligieron algunos que también optarán a ser declarados los mejores del país. En julio, en Madrid, vinos y sumilleres se enfrentarán a una prueba de narices.

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