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Crítica:ÓPERA - 'LAS BODAS DE FÍGARO'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La prueba del concertante

Como la del algodón con la suciedad irreductible del baño, también las óperas de Mozart tienen una prueba propia para valorar su estado de higiene: la prueba del concertante.Por concertante se entiende en música un diálogo entre solistas y conjunto, tanto instrumentales como vocales: una integración de volúmenes no homogéneos. En ópera, el concertante se identifica de manera general con escenas colectivas de muy variadas medidas: dúos, tríos, cuartetos, quintetos, etcétera. Entre las óperas de Mozart, ya de por sí ricas en el género, una destaca por encima de las demás: Las bodas de Fígaro. Su segundo acto concluye con un finale que es un megaconcertante que dura más de 20 minutos. Empieza con un dúo entre el conde de Almaviva y la condesa, se transforma en un trío cuando a éstos se añade la sirvienta Susanna, pasa a cuarteto con la entrada de Fígaro, se convierte en quinteto cuando aparece el jardinero Antonio y acaba en septeto tras la retirada de éste y la aparición airada de tres personajes más: Marcellina, Basilio y Bartolo. Es un fragmento prodigioso y de gran dificultad: cada personaje está definido por su propia psicología y por los acontecimientos que van sucediéndose a ritmo frenético (¡a eso se le llama comedia, señor Da Ponte!). Es decir, cada personaje es él más su circunstancia específica, determinada por cómo vive la situación general. Por emplear términos al uso: lo diverso en lo global, o la globalidad desde la diversidad.

"Las bodas de Fígaro", de W

A. Mozart sobre un libreto de Lorenzo da Ponte. Intérpretes: Manuel Lanza, Regina Schörg, María Bayo, Gilles Cachemaille, Petia Petrova, Anne Howells, Kwangchul Youn, Eduard Giménez, Francisco Vas, Olatz Saitua y Orazio Mori. Orquesta Sinfónica y Coro del Gran Teatro del Liceo. Dirección musical: Bertrand de Billy. Dirección escénica: Robert Carsen. Teatro del Liceo. Barcelona, 8 de mayo.

Armonizar esos dos planos es una tarea ímproba, la prueba del concertante definitiva de Las bodas de Fígaro, a partir de la cual puede enjuiciarse una representación. Pues bien, gaudeamus; en las Bodas que ofrece el Liceo ese finale funciona como un maravilloso reloj. Sea el primer mérito para Bertrand de Billy, titular de la orquesta. Sin perder el diseño de la catedral entera, conseguía subrayar en suspensión incluso los apartes, las acotaciones marginales de los personajes. Bravo De Billy, ese es su repertorio.

Vayamos a las voces, por orden de aparición. Un conde de Almaviva muy bien entendido, el del santanderino Manuel Lanza; aplomado, que no pesado, pues ello le hubiera impedido pasar con la agilidad con que lo hizo desde la ira del dúo con su mujer a la gravedad con que se reviste para decidir quién se casará con Fígaro, pasando por la sombra de ridículo que se ciñe sobre su cabeza cuando Susanna aparece en el armario en lugar del amante de la condesa que él esperaba encontrar. No menor gracia imprimió a los cambios de temperamento la condesa interpretada por Regina Schörg, que funcionan de modo exactamente opuesto a los del conde. Pero aquí hay que salirse por un momento del guión de esta crítica, es decir, del mencionado finale, para alabarle a Schörg su aria del tercer acto, Dove sono i bei momenti, muy aplaudida.

La Susanna de María Bayo, muy aplaudida también, pura sed de teatro. Ingenua, casi lírica, cuando sale del armario; insinuante cuando confunde al conde; cargada de buen sentido cuando aconseja a Fígaro. En cada situación descubre María Bayo la intencionalidad precisa y la sirve con la voz adecuada. Quizá en el timbre pueda ponerse algún reparo, pero lo cubre de sobras con su instinto asesino. Teatral, por supuesto. En cuanto al Fígaro de Gilles Cachemaille, correcto, pero sin desbordar: entre la chulería de su entrada y el desconcierto que le causa la aparición de un papel que no controla cabe un desnivel mayor, tratándose de un joven fogoso. Muy plausibles la Marcellina de Anne Howells, el Basilio de Eduard Giménez y el Antonio de Orazio Mori y excelente el Bartolo de Kwangchul Youn (nuevo desliz fuera de guión: estupenda su vendetta del acto primero).

Sólo un personaje de relieve no aparece en el finale, o si lo hace es por ausencia: el paje Cherubino. Petia Petrova lo hizo más con intención que con recursos, pues su voz no parece adecuarse del todo a un papel tan lírico, fuera de la realidad, como es éste. Olatz Saitua hizo, por su parte, una Barbarina desinhibida y vivaz, que es de lo que se trataba.

Dirección de actores

En cuanto a la puesta en escena, novedad en el Liceo: por primera vez en mucho tiempo, la aparición del responsable de escena en los saludos no se salda con abucheos o indiferencia, sino con encendidos aplausos. El trabajo de Robert Carsen es especialmente brillante en lo que se refiere a la dirección de actores; el finale se convierte en sus manos en un mosaico de excepción en el que cada movimiento se halla finamente diseñado. Su puesta en escena, vagamente trasplantada a tiempos actuales, es un agudo homenaje al teatro; el cambio de vestuario en directo de los invitados a la boda, al final del tercer acto, y el bosque de maniquíes para la irresoluble escena del jardín del cuarto están llenos de poesía y plasticidad. Una gozada, amigos.

Susanna Saez
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