Depresión general
Aún no sabemos a ciencia cierta qué acabó con los dinosaurios hace 65 millones de años y ya queremos que nos digan qué provocó la insólita subida en los niveles de ozono hace una semana. Cada cosa, a su tiempo. Los dinosaurios se murieron sin diagnóstico, y nosotros, que ni siquiera hemos caído enfermos, exigimos ya el resultado de la propia autopsia. Pudo tratarse, en fin, de un vertido incontrolado y brutal de la intimidad del alcalde, que debe de ser terriblemente tóxica, a juzgar por su interés en ocultarla. Lo cierto es que Álvarez del Manzano prefiere que creamos que ha utilizado indebidamente el dinero público a que conozcamos sus entresijos patrimoniales y su interioridad fiscal. Él verá lo que hace, pero se expone a que nos la imaginemos mucho más repugnante de lo que en realidad es.Los políticos deberían poner su patrimonio a la vista del público, sobre todo cuando tienen antecedentes de haber realizado viajes románticos a cuenta del contribuyente. No hay cosa que más rumores haga circular que la ignorancia. Algunos científicos aventuraron en el pasado que los dinosaurios desaparecieron a causa de sus propias ventosidades, que habrían llenado la atmósfera de un gas irrespirable. Hoy nadie se lo cree. Lo más probable es que fuera un meteorito cuyo choque produjo un cambio climático. Seguramente Álvarez del Manzano no haya hecho otra cosa que ratonear con el dinero público. Es un hombre cutre hasta a la hora de llevarse a casa el material de oficina, pero su empeño en ocultar papeles puede hacernos pensar que la subida de los niveles de ozono se debió a un eructo de su intimidad fiscal. Él verá lo que hace.
Entretanto, a Alberto Ruiz-Gallardón se le ve desanimado. Es cierto que ganó por mayoría absoluta, pero eso le ocurre ya incluso a Álvarez del Manzano. La mayoría absoluta está perdiendo todo su prestigio, carece de sabor. No debe de ser tan difícil -pensará para sus adentros- cuando hasta Aznar la ha conseguido. La mayoría absoluta ha dejado de ser un bien escaso para convertirse en una horterada, de modo que Ruiz-Gallardón está pensando en retirarse. No hay nada excitante en competir con gente que, sin llegarle a la altura de los zapatos, posee una intimidad patrimonial portentosa. El otro día dio una fiesta para conmemorar el Dos de Mayo y no fue un solo intelectual, con lo que le gustan a él los intelectuales.
Madrid va a menos, en fin, va a menos. El 70% de los coches que circulan por la ciudad lleva un solo ocupante. La gente está más sola que la una. El 70% de la gente está sola. Si te fijas, los conductores hablan solos en el interior de los coches. Mantienen conversaciones imaginarias con amantes irreales, pero lo más probable es que hablen con gente real, aunque ausente. Muchos discuten con sus jefes, con sus esposas, con sus amigos y enemigos. Yo observo al 70% que viaja solo y gesticula como si estuviera enfadado. No saben que las personas irascibles tienen tres veces más riesgos de infarto que las tranquilas. Hay gente que vive de hacer porcentajes. Yo nos los hago, pero los colecciono. El 60% de los enfermos de Parkinson, sin ir más lejos, no está diagnosticado. Ignoramos si pertenecen al 70% de los que viajan solos en los coches.
El caso es que los vecinos de Madrid estamos jodidos, con perdón, porque, además de gasearnos de vez en cuando con vertidos de ozono, llevamos meses intentando saber qué hace el alcalde con nuestro dinero sin que la oposición, después del ruido inicial, se moviera para esclarecer el asunto. Ni siquiera ha quedado clara la actitud de Izquierda Unida frente a la rebeldía de la iglesia del barrio del Pilar que el Tribunal Superior de Justicia ha ordenado demoler.
Anda todo el mundo más desanimado que Ruiz-Gallardón, y así no hay forma de levantar cabeza. En Lavapiés reina una banda de delincuentes -perfectamente organizada y conocida- que se vuelve invisible cuando llega la policía. La policía está muy deprimida también.
Llega un momento en el que ni la mayoría absoluta, ni viajar con la esposa a cuenta del erario, ni contratar a intelectuales de izquierdas para hacer el pregón, ni llevarle la contraria al Tribunal Superior de Justicia, nada, nada, proporciona placer. Entonces sale la banda del pegamento y, aprovechándose de la tristeza general, se pone a dar tiros. ¿Que qué nos pasa? Vaya usted a saber: si todavía ignoramos qué les ocurrió a los dinosaurios hace sesenta millones de años, cómo averiguar lo que nos sucede a nosotros ahora mismo. Sin embargo, parece grave.
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