_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La fortaleza del imperio

Las bolsas europeas suben o bajan, según la dirección que marque la de Nueva York. La tasa de inflación en EEUU y el precio correspondiente del dinero que señale la Reserva Federal son datos que condicionan los macroeconómicos del resto del mundo. Cuando se había finalizado la integración de los mercados de capital, los europeos nos hemos sacado el euro de la manga. Se inaugura así un periodo en el que van a competir ambas monedas, sin que quepa la menor duda, al menos a mediano plazo, de quién va a ser la victoria. EEUU no está dispuesto a renunciar a las ventajas de poseer el monopolio de una moneda de reserva y dispone de los instrumentos para imponerlo.La experiencia de este año largo es que el euro está funcionando bien en su tarea de frenar la inflación y de servir a la convergencia de economías muy diferentes, pero su cotización depende de un mercado que apuesta por el dólar como moneda indiscutible de reserva, que EEUU dirige según su conveniencia. Como las economías europeas dependen en buena medida de las exportaciones, al comenzar el experimento temieron más a un euro sobrevalorado que a uno a la baja. Con una inflación razonable y con intereses con tendencia a subir muy lentamente, Europa prevé unos años de bonanza que traigan consigo el que se aligere su mayor carga, el desempleo. Un euro minusvalorado, sin entorpecer el comercio interno comunitario, favorece el exterior. Claro que todo dentro de ciertos límites, y se empieza a pensar que se han rebasado, sin saber cómo contener la permanente caída.

Y ello es preocupante ante el peligro de que termine por explotar la supervaloración exagerada de las acciones en bolsa, sobre todo, las de las nuevas tecnologías. Llegado el caso, con una capacidad de adaptación muy inferior a la de América, Europa lo pagaría con un paro masivo que acarrearía consecuencias sociales y políticas para las que no estamos preparados. En la asamblea de accionistas de la Mercedes-Chrysler, celebrada hace poco más de dos semanas en Berlín, los pequeños accionistas se quejaban de que, pese a los buenísimos resultados de la compañía, el aumento del valor de las acciones no sería ni de lejos comparable al conseguido por las nuevas tecnologías. El que se haya roto cualquier vínculo entre el valor real de una empresa y su precio en bolsa no presagia nada bueno. El "capitalismo de casino" tiene que acabar como todas esas instituciones que pagan altísimos intereses y que funcionan mientras que el número de lo que entreguen sus ahorros aumente a ritmo suficiente.

Peligros que disminuyen en un mundo articulado por una clara hegemonía norteamericana, sin que se vislumbre un enemigo exterior. Con un presupuesto para las Fuerzas Armadas que sobrepasa la suma de los 10 países que le siguen, la situación actual de EEUU recuerda a la que durante siglos tuvo el Imperio romano. La supremacía militar se refuerza con la económica. América controla los sectores estratégicos -capital, energía, comunicaciones- o los servicios más productivos, consulting, industria del ocio, cadenas de hoteles y de restaurantes, y un largo etcétera. Y si a esto añadimos la recuperación que ha tenido el sector productivo en los últimos 10 años, convirtiendo de nuevo en competitivas la siderurgia y la industria del automóvil, pese a las turbulencias en los mercados bursátiles y de capital, el pronóstico tiene que ser de estabilidad.

Además del poderío militar y económico, el factor que a la larga tal vez mejor consolide la hegemonía mundial de EEUU es que aplica medidas muy duras contra los que se niegan a reconocer su supremacía, pero con los aliados, a diferencia de otros imperios del pasado, ejerce un soft power bastante soportable. De ahí que el elemento externo que más negativamente influya en el proceso de unificación de Europa sea el hecho de que frente a algunos socios comunitarios otros miembros de la Unión prefieran el amparo de Estados Unidos. Puestos en la opción de tener que elegir entre la UE y EEUU, disyuntiva que se trata de evitar a todo trance, muchos socios de la Unión elegirían sin duda al coloso norteamericano.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_