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Los dinosaurios siguen dando zarpazos

Dos viejos dinosaurios de la cultura de la izquierda, de la cultura desde la periferia, de la cultura a secas, coinciden hoy en Madrid en dos actos casi simultáneos, que en su sentido de normalidad producen el plácido estremecimiento de lo insólito. El escritor catalán Manuel Vázquez Montalbán actúa de pregonero en las fiestas civiles del Dos de Mayo de la Comunidad de Madrid; el escultor vasco Agustín Ibarrola es distinguido con la segunda edición del Premio Abril Martorell (la primera fue adjudicada al rey don Juan Carlos) en atención a su obra y a los valores de tolerancia, diálogo y defensa de las libertades. La Cena de la concordia de la Fundación Abril Martorell, en la que se homenajea al artista, será abierta por Antonio Gutiérrez y cerrada por el vicepresidente del Gobierno Rodrigo Rato. La derecha de hoy, el centro de ayer, acogen y estimulan valores tradicionales de la izquierda. Curioso.Estaba a régimen (alimenticio, claro) Manuel Vázquez Montalbán cuando visitó a Ibarrola en el valle de Oma durante el otoño de 1986, lo que no le impidió degustar unas alubias, unos pimientos rellenos y un arroz con leche preparados por la mujer del artista. Un texto del escritor, La estética de la ética, sirvió de pórtico al catálogo de la exposición antológica de Ibarrola que organizaron conjuntamente el Ministerio de Cultura y el Ayuntamiento de Madrid a principios de 1987. Antes, en este periódico, Vázquez Montalbán dedicó una de sus columnas de última página a glosar la figura del artista vasco, algo que ha vuelto a repetir con un mensaje de compañía solidaria hace un par de meses, después de las pintadas amenazadoras que aparecieron en la fachada del mismo caserío donde hace 14 años había elogiado los piquillos con bacalao. Los dos creadores están unidos, en cualquier caso, por algo más que la afición a la buena mesa y por algo más que una admiración mutua. Son dos trabajadores recalcitrantes y sus correspondientes trayectorias -muy diferentes, desde luego- están salpicadas de una extraña coherencia ideológica y de una tenacidad a prueba de todo tipo de bloqueos.

Les unen muchas cosas, y no es la menor un sentimiento muy sólido de las raíces. Es inimaginable pensar en un Vázquez Montalbán no catalán y en un Agustín Ibarrola no vasco. Los dos se identifican profundamente con los lugares donde han nacido y están asentados. Desde ellos proyectan su visión del mundo, una visión nada limitada al terruño y muy poco nostálgica de lo que no sea la reivindicación de la razón y el sentido común. Vázquez Montalbán dijo en cierta ocasión de Agustín Ibarrola que era uno de los últimos robinsones. En realidad, los dos lo son. Tercos, felizmente, ante lo que creen, y solidarios, muy solidarios: un concepto superviviente de la cultura de otros tiempos en vías de extinción en la sociedad de la informática avanzada y la soledad.

Fernando Savater afirmó en una mesa redonda hace más o menos un año que Agustín Ibarrola tiene una habilidad especial para estar en todos los sitios donde "se reparten hostias, y además, en ser el primero en recibirlas". Vázquez Montalbán tiene la especial oportunidad de enviarle siempre uno de los primeros mensajes de consuelo.

Especial relevancia tiene, por muchas razones, la concesión del Premio Abril Martorell 1999 a Agustín Ibarrola. El jurado, presidido por Adolfo Suárez, fue ya de hecho un modelo de convivencia, habiendo estado compuesto para esta designación el pasado diciembre por José Luis Leal, Gabriel Jackson, Carmen Iglesias, Crisanto Plaza, el recientemente fallecido Jaime García Añoveros y Antonio Gutiérrez. El ex secretario general de Comisiones Obreras será precisamente el encargado de presentar, en su primer acto público después de la dimisión, la figura de Ibarrola, y quizá a ello no sea ajeno, independientemente de afinidades personales, el que el artista vasco tenga el carnet número 7 de la veterana central sindical. Tampoco se quedan atrás en imaginación y talante consensual en esta ocasión el presidente de la Comunidad de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, y su consejera de Cultura, Alicia Moreno, al invitar a un catalán de pura cepa (e hincha del Barça para más lastre emocional) para un pregón que ha levantado sanas expectativas de ironía, lucidez y buen humor. Con ello, los viejos dinosaurios, y la cultura que representan, siguen dando zarpazos. Madrid recupera con estas cosas algo de su olvidada tradición de ciudad acogedora.

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