No todo empezó en Miami JOSEP RAMONEDA
Para una buena parte de la gente de cultura de izquierdas de este país la cuestión cubana -la cuestión castrista, para ser más preciso- sigue sin estar psicológicamente resuelta. Cualquier noticia que de allí venga es todavía afrontada con malestar y con incomodidad. A pesar del tiempo transcurrido desde la aurora revolucionaria (1959), a pesar del alud de pruebas acumuladas sobre el carácter totalitario del régimen castrista sigue percibiéndose cierto prejuicio favorable, casi como un acto reflejo. El caso del niño Elián lo ha confirmado otra vez. Los comentarios que más he oído durante este largo episodio son variaciones sobre la frase siguiente: "Me resulta tan obsceno, tan repugnante este caso que procuro no seguirlo". Generalmente, el comentario va acompañado con reflexiones sobre las consecuencias que el secuestro al que Elián ha sido sometido en Miami puedan tener para su salud mental y espiritual. Me imagino que debemos regocijarnos con triunfo del amor a los niños en la aldea global.En realidad, estas reacciones son dos fintas a la incomodidad. Apagar el televisor cada vez que sale Elián es una manera de no tener que enfrentarse a la manipulación castrista del caso: la que ve un problema gravísimo en Miami, pero obvia todo lo que ha llevado a Elián hasta allí. La situación de Elián en Miami era indefendible tanto desde el punto de vista legal como del sentido común. Pero convertirla en el momento culminante de la tragedia de Elián es obviar la más elemental jerarquía de los hechos. Elián ha perdido su madre en el mar, ésta es su primera tragedia. Y la perdió huyendo de Cuba, donde su madre, como tantos miles de cubanos, había decidido que no quería seguir viviendo. De Cuba se huye -arriesgando la vida- porque el régimen castrista resulta insoportable para muchísimos ciudadanos. Ésta es la verdad elemental que está en el origen de esta historia y hay todavía quien no quiere reconocerlo. La manipulación castrista del caso ha llevado las cosas a una tan ridícula inversión -y elisión- de los acontecimientos que parecía que la víctima era el padre de Elián.
Apagar el televisor además es un recurso recurrente que se inscribe en las ideas recibidas de la izquierda. La televisión como demonio de la sociedad de masas. También es un criterio que la izquierda tendrá que revisar. Sin la televisión, se dice, no se habría dado este espectáculo. Probablemente, se habría dado de otra manera: la desgracia de Elián y su madre habría quedado sepultada por el silencio que siempre ha sido el destino que el poder ha otorgado a los que huyen. La televisión, en su historia reciente, ha evitado más de una vez este destino a las víctimas. Todos han actuado para las cámaras, sin duda: de Castro a Gore, del padre de Elián a los familiares de Miami. Todos menos la madre. Y Elián, al que nadie -excepto Clinton y Janet Reno, quizá- ha respetado sus derechos de niño. La televisión tampoco. "Dejen el niño en paz", es la reacción espontánea que uno siente cada vez que ve al niño en la tele. Pero todo acontecimiento tiene sus circunstancias. Y aquí las circunstancias son el castrismo, la huida, el naufragio, la muerte, el niño que sobrevive, el exilio cubano de Miami, el padre en Cuba y los Estados Unidos. Con todos estos elementos, la deriva política del caso era inevitable.
Elián llevará toda su vida puesta la tragedia del mar, el esperpento de Miami y el recibimiento en La Habana, que es el último castigo que le falta, si es que padre e hijo acaban regresando. Pero de este episodio quedan algunos signos de relevancia política. Los portavoces del castrismo hicieron correr como una traca que el caso Elián había conseguido unir a los cubanos en torno a Castro como hacía tiempo que no ocurría. Todo mensaje propagandístico tiene su contradicción, porque el afán de señalar la nueva unión nacional les hizo confesar que antes de este caso estaba debilitada. Pero, realmente, ¿desde España pueden tomarse en serio movilizaciones patrióticas que tanto recuerdan a las franquistas plazas de Oriente? Ningún régimen, ni el castrista ni el franquista, duran 40 años sólo con represión, sin algún soporte social, más allá incluso del estricto reflejo conservador de estar con el que manda. El castrismo ha contado, además, con el apoyo de cierta beatería progresista internacional. Pero ello no añade nada al fabuloso ejercicio de cinismo que significa apoderarse de una tragedia de la que el régimen castrista es el principal causante, llegando incluso a denigrar la figura de la madre muerta. La gente no huye de Cuba ni se juega la vida por placer o por capricho.
Frente al castrismo, el exilio cubano. Este caso puede haber tenido efectos clarificadores. Hay un sector del exilio (en cuyas manos cayó Elián) que no parece tener otra estrategia que el conflicto frontal y la revancha, y que no ha dudado en utilizar al niño Elián como si de un monigote se tratara. Pero a la hora de la verdad, se ha visto que no representa ni mucho menos la totalidad del exilio cubano, donde cada vez hay más gente que piensa en términos de reconstrucción de una isla posible y no de vencedores y vencidos. Sin duda, con Castro nada es posible. Pero sin Castro, los cubanos -los de dentro y los de fuera- tendrán que decidir si quieren una transición a la española o si quieren que siga el enfrentamiento y, por tanto, el exilio y la muerte. Y desaparecido Más Canosa da la impresión de que la correlación de fuerzas en el exilio empieza a cambiar. Lo cual explicaría el papel de Clinton. El presidente ha mantenido una posición legalista, Se ha subrayado el reparto de papeles con Gore, pero Clinton podría estar pensando también en el día después de Castro. Los votos son los votos y el exilio cubano suma. Gore optó por la vía oportunista de acercarse a las posiciones de los familiares de Elián. Ahora resulta que cerca del 60% de los norteamericanos aprueban la acción de Janet Reno. ¿Por una vez el oportunista habrá sido cazado?
A esta historia le quedan todavía varias vueltas. Pero la izquierda que aún se siente incómoda ante este dictador otoñal que no ha sabido desmitificar, en vez de apagar el televisor, debería recordar que nunca se debe perder de vista la elemental jerarquía de los acontecimientos. Y en ella la tragedia del mar y la huida de Cuba están por encima de todo lo demás. Son precisamente los dos hechos que el castrismo ha querido obviar desde el primer momento. Como si todo empezara en Miami.
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