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El teólogo Miret Magdalena analiza en sus memorias el apoyo de los obispos a Franco El pensador, de 85 años, dice que Pío XI y Pío XII no respaldaron siempre a sus prelados

"Me lo contó el propio obispo Pla y Deniel", dice el teólogo Enrique Miret Magdalena en un momento de sus memorias, que acaba de publicar con el título Luces y sombras de una larga vida. Se trata de un documento de primera mano sobre la historia de la Iglesia católica española en este siglo, escrito por este teólogo, de 85 años, que conoció y trató a gran parte de los cardenales, obispos y nuncios del Papa durante la dictadura de Franco y en los años de la transición democrática. "En estas memorias digo lo que realmente pienso", afirma Miret Magdalena. Especial relevancia tienen los datos que aporta sobre el apoyo de la jerarquía católica a Franco durante la guerra y en la dictadura posterior.

Enrique Pla y Deniel era obispo de Salamanca en 1936 y fue testigo de los últimos momentos de Miguel de Unamuno como rector de la Universidad helmántica. "Se había salvado por la intervención de la mujer de Franco, doña Carmen, que le cogió del brazo al salir [del paraninfo] para que no le hicieran alguna barbaridad los legionarios de Millán Astray, que había desvariado al oír a Unamuno. Todo ello me lo contó el propio obispo Pla y Deniel, cuando luego era primado de España y arzobispo de Toledo", cuenta Miret Magdalena.Después de analizar en profundidad el papel de los prelados durante la guerra civil y en los primeros años de la dictadura, el teólogo sostiene que, en contra de lo dicho con frecuencia, el Papa no apoyó al episcopado español en la glorificación del golpe militar como Cruzada.

Enrique Miret Magdalena tenía billete para viajar a Bélgica a hacerse jesuita cuando empezó la guerra civil en julio de 1936. Tres años después, tras pasar la contienda refugiado en las embajadas de Cuba y Paraguay en Madrid, cambió de opinión y decidió hacerse químico, director de empresas, periodista y teólogo seglar. Desde entonces es una voz de gran autoridad en asuntos eclesiásticos, en los que, con posiciones inequívocamente progresistas, ha destacado como escritor, articulista y profesor de Teología. Miret presidió durante años la Confederación de la Pequeña y Mediana Empresa, fue director general de Protección de Menores en el primer Gobierno socialista y ahora es la cabeza visible de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII.

"Así comenzó la posguerra", resume Miret Magdalena en el largo capítulo de sus memorias titulado La confusa actitud del catolicismo ante la guerra civil. "La Iglesia había intronizado a Franco como salvador de la religión; la ceremonia se celebró en la iglesia de Santa Bárbara de Madrid el 20 de junio de 1939. Se entonó el Te Deum por la victoria y se cantaron también antiguas antífonas mozárabes. Y para terminar la misa, Franco entregó su espada al Cristo de Lepanto, que presidía la ceremonia, uniendo simbólicamente la política española tradicional y la religión hispana de la intolerancia de FelipeII. El Te Deum lo ofició el obispo de Madrid-Alcalá, don Leopoldo Eijo y Garay, y la misa pontifical, el cardenal primado Gomá, el cual predicó una homilía alabando a Franco desmedidamente", relata el teólogo.

Son muchos los testimonios de Miret Magdalena sobre la actitud belicosa de la mayoría de los obispos durante la guerra civil. Sobre Pla y Deniel dice que fue un "devoto de Franco" y que dio "el espaldarazo definitivo, con su pastoral Las dos ciudades, al alegato más claro a favor de la guerra como cruzada", en alusión a la pastoral colectiva de 1937. "Esta carta colectiva la redactó la pluma fácil de monseñor Isidro Gomá, y la suscribieron 43 obispos y cinco vicarios capitulares como réplica a los católicos y obispos extranjeros que no la veían tan clara [la definición de la guerra como cruzada cristiana]".

Respecto al papel jugado por los papas Pío XI y Pío XII durante el conflicto fratricida, el primero, y ante la dictadura de Franco, el segundo, la opinión del teólogo Miret Magdalena es tajante. "La Iglesia romana reconoce en la práctica que hay cristianos en los dos lados, y no quiere, por eso, comprometerse del todo con el que más le atrae, el lado nacional", dice. El relato de Miret se detiene en el papel jugado por escritores y pensadores católicos de tanto prestigio en el mundo como Jacques Maritain (que fue embajador de Francia ante Pío XII e íntimo amigo del este pontífice), François Mauriac o Georges Bernanos. La posición antifranquista de este último era inequívoca desde la publicación de Los grandes cementerios bajo la luna sobre los asesinatos en masa cometidos por los fascistas en el cementerio mallorquín de Manacor.

Para desmontar la teoría de que el Vaticano apoyó a Franco siempre, Miret carga las tintas en la censura y detalla las veces que Franco y su ministro de la Gobernación y cuñado, Ramón Serrano Suñer, ordenaron censurar o mutilar documentos eclesiásticos o encíclicas papales, entre otras la Mit Brennender Sorge contra el nazismo, publicada por Pío XI el 14 de marzo de 1937. "Los obispos españoles se quedaron atónitos ante su lectura, y no sabían qué hacer, si publicarla o no. Finalmente decidieron dejarla para más adelante, cuando a Franco no le importase. Lo que, por supuesto, nunca ocurrió. Sólo hubo un obispo que tuvo la valentía de publicarla en su boletín eclesiástico, el de Calahorra, don Fidel García Martínez. Cosa que nunca le perdonó el franquismo, y años después se tomó la venganza", recuerda Miret.

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