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Símbolo y orgullo de la nueva Grecia

Con tan solo un mes de funcionamiento, el nuevo metro de Atenas se ha convertido ya en un símbolo de la modernización de Grecia y en un objeto de orgullo nacional, similar al que supuso la inauguración del AVE en España en 1992. Su recorrido no es muy largo -por ahora sólo cruza el centro de la capital griega-, pero sus estaciones son grandiosas y, de momento, impolutas. Sus paredes resplandecen blancas y limpias sin ninguna pintada, en el suelo no se encuentra ni una sola colilla -probablemente sea el único lugar de Grecia donde está prohibido fumar-, los viajeros caminan con un silencio catedralicio y soldados armados con sus fusiles vigilan atentos a sus usuarios. Pero lo mejor es que algunas estaciones como la de la plaza del Sintagma, en pleno centro de Atenas, encierran bajo tierra un pequeño museo: parte de los restos arqueológicos encontrados durante las obras de excavación del metro están expuestos en vitrinas, de forma que por 250 dracmas (unas 125 pesetas) se puede viajar y al tiempo ver estelas funerarias, capiteles, objetos de cerámica y ánforas del siglo IV antes de Cristo. De hecho, hay hasta gente con cámaras fotográficas o de vídeo por sus pasillos.Las piezas encontradas durante la construcción del metro han dado lugar a una extraordinaria exposición en el Museo de las Cícladas, que, con el título La ciudad bajo la ciudad, recorre la historia de Atenas desde el siglo XVII antes de Cristo hasta el siglo VIII de nuestra era, desde la época micénica hasta la bizantina. Pero el nuevo metro es más que eso. Además de aliviar el caótico tráfico de Atenas (se calcula que 800.000 personas lo usan diariamente), supone un radical contraste con el viejo tren de superficie que recorre de sur a norte la capital griega. El encanto de sus viejas estaciones, la música, la charla, los gritos, la venta ambulante y también la cochambre están a un siglo de distancia de la asepsia del nuevo suburbano.

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