Novelas y buen whisky
Hace algún tiempo, cuando en el mundo de la industria editorial la gente se preguntaba por qué el público se quejaba de lo caros que eran los libros y a continuación se gastaba el mismo dinero en comprar botellas de whisky sin rechistar, había una respuesta contundente y era ésta: "Mire usted, cuando uno compra una botella de whisky Plinn's sabe lo que le dan a cambio de su dinero: whisky Plinn's; en cambio, cuando invierte la misma cantidad en una novela no sabe lo que va a encontrar dentro de las tapas, no sabe si le va a gustar o va a tener que tirarla". Era una respuesta contundente.Los tiempos han cambiado. La prosperidad ha ido inundando poco a poco el país, la gente ha empezado a vivir los problemas propios de una sociedad enriquecida en lugar de los duros y secos problemas de antaño. Hoy día los conflictos se centran en asuntos como la angustia que origina no tener una berlina de lujo o la dramática decisión de elegir entre dos masters. No seré yo quien añore conflictos más crudos y elementales, no vayan a pensar que soy un reaccionario, simplemente -como decía Guillermo Brown- me limito a hacer constar un hecho. Y otra característica entre muchas de este tiempo actual es que así como antes el mueble del salón estaba ocupado por retratos y objetos, y tras las puertas del centro se guardaban las bebidas y las copas, hoy en ese mueble hay cada vez más libros. No muchos, quizá, ni en tantas casas, pero libros.
La conclusión está a la vista: los libros han alcanzado el status de las botellas de whisky, brandy, anís, calvados, armagnac, pacharán. Se puede pedir más, desde luego, pero hay que reconocer que es un cambio. Yo no sé a qué atribuirlo, porque España no va bien en ese aspecto y desde el Gobierno no se ha hecho nada nuevo por la lectura, ni bueno ni malo. O sea: nada. Están muy ocupados con la economía. Aunque bien pudiera ser -y eso sí que sería un golpe de agudeza- que dedicados a la economía global y mejorando la renta per cápita hayan destapado una inesperada e impensada necesidad secundaria del español por la adquisición de libros; pero las encuestas de hábitos culturales dicen, por el momento, lo contrario. En fin, sea como sea, lo cierto es que hoy los libros y las botellas están a la par en muchos hogares bien abastecidos. Y yo me pregunto: ¿qué diablos ha pasado con los libros?
Porque, volviendo a la afirmación inicial, una botella de whisky es un fijo; pero los libros -y las novelas en concreto, que es a las que prefiero referirme por ser el género más ampliamente apreciado- son cada uno de su padre y de su madre. Uno elige whisky Plinn's o un Plonn's 12 años o un Plunn's malta y se toma exactamente lo que quiere. En cambio, entre varias novelas de un mismo autor hay muy a menudo diferencias considerables, tanto de calidad como de intensidad o desmayo; y no digamos ya entre diversos autores...
Entre el autor que se propone entender el mundo y el que se propone atender al público hay una sensible diferencia. El primero depende ante todo de su propia percepción de la realidad y de la necesidad de ordenar su experiencia; el segundo depende del gusto dominante. Dado que los problemas dominantes son los referidos anteriormente (el coche, el master...), podemos deducir cuál es el grado de entretenimiento que solicitan a una novela y... ahí está la clave: que lo que hay dentro es tan previsible como el contenido de una botella de una marca determinada. Eso sí: tales novelas carecen de misterio, no despiertan la curiosidad, no estimulan la imaginación, no hacen pensar, no producen conflicto, pero... ¿es que alguien siente curiosidad por su whisky habitual, o lo encuentra misterioso, o usa la imaginación para beberlo, o acrecienta el pensamiento al degustarlo, o le remite en profundidad a conflictos personales? Pues no, para qué vamos a engañarnos. Se lo bebe y en paz. Cada cosa en su sitio.
Babelia
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