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Juegos de espacios JUAN ÁNGEL VELA DEL CAMPO

La música busca concienzudamente nuevos espacios. Es una tendencia que va más allá de la ópera, obligada por sus propias características a hacer más efectiva una comunicación visual. La búsqueda se extiende al campo de acción de muchos compositores, para los que las salas normales de concierto suponen en estos momentos una limitación. Boulez, Kagel, Kyburz, Nunes, Manoury distribuyen en algunas de sus obras a grupos instrumentales en disposiciones nada convencionales y tienden un puente con los compositores polifónicos del XVI y comienzos del XVII, desde Gabrielli a Monteverdi, cuyos efectos de eco adelantaban ya un tipo de estereofonía sonora. Las iglesias de entonces han sido reemplazadas hoy por naves industriales o edificios modulares con posibilidad de multidistribución como el auditorio de la Ciudad de la Música de París, un lugar que está marcando pautas de un movimiento al alza. El espacio se está convirtiendo en un verdadero elemento estructural para la música, en algo que incluso modifica los hábitos de comunicación. Las relaciones entre música y espacio son el motor del ciclo de conciertos, exposiciones, óperas y espectáculos que se celebra del 7 al 26 de marzo en Lyón. Las instalaciones y actuaciones de grupos como Granular Synthesis de Austria, Dumb Type de Japón o Autumn Leaf de Canadá son un ejemplo de manifestación multicultural y de interrelación entre las artes. Nuestro Llorenc Barber despliega allí sus conciertos de campanas y no faltan espacios sonoros subacuáticos, e incluso guiños gastronómicos, en una ciudad donde la cocina es venerada, como una Ópera Soufflé de procedencia en parte marroquí, y la ópera contemporanea Choc, lyrique de chocolat, espectáculo-cabaret para melómanos y gourmands, según reza la publicidad. La música, la ópera están saliendo cada vez con más frecuencia de los teatros de herradura a la italiana, de los marcos convencionales, para aspirar nuevos aires y encontrar un sector de público no condicionado por la tradición.

La optimización del espacio escénico es, por otra parte, una obsesión de los teatros de ópera históricos. Estos días se puede ver en el Real un impactante trabajo de Herbert Wernicke integrando la calle con el escenario, al principio y final de su puesta en escena de Don Quijote, de Cristóbal Halffter, en una conseguida metáfora de continuidad entre la vida cotidiana y el arte. O, un poco más lejano en el tiempo, se sitúa el enfoque de Luca Ronconi para El viaje a Reims, de Rossini, en el que algunas escenas transcurrían fuera del teatro con unos monitores de televisión como elementos de enganche. Los avances escénicos de los teatros tradicionales no tienen por qué estar reñidos con la conquista de nuevos espacios. Al contrario. Forman parte de un mismo estado de inquietud creadora, de una necesidad de evolución. El público no siempre acepta de inmediato los cambios. El peso de la cultura vocal hegemónica es, en muchas ocasiones, determinante. En un oportuno artículo incluido en el último programa-libro del Real, Luis Suñén analiza con agudeza el tema del desencuentro entre los espectadores de corte tradicional y las nuevas óperas. Dice, entre otras cosas: "Público y programadores deben saber que las nuevas óperas permanecerán por encima del experimento y jugar igualmente su papel de miembros de una sociedad que evoluciona, que quiere saber más y conocer mejor". No parece que sea tan fácil la aplicación de esta modélica declaración de intenciones.

Los espacios tradicionales evolucionados y los nuevos espacios son dos caras complementarias de una realidad para el desarrollo de un arte que se está interrogando día a día sobre su papel en la sociedad, un arte que aspira a su plenitud sin fronteras étnicas ni cortapisas unidimensionales. Es estimulante, por ejemplo, comprobar que en el próximo Festival de Salzburgo conviven en el estreno de una nueva ópera una compositora finlandesa, un libretista libanés, un director de escena americano, una orquesta alemana, un coro austriaco, una cinta electrónica francesa y un director musical de ascendencia japonesa. Es un signo de la cultura democrática de intercambios de nuestros días. Como lo son también los acercamientos entre músicas de ayer y de hoy, entre músicas cultas y populares,entre manifestaciones de diferentes soportes lingüísticos, o entre espacios tradicionales y vanguardistas. El mestizaje cultural, las libertades en el tiempo y en el espacio, se van poco a poco imponiendo en la música. Son procesos, afortunadamente, irreversibles.

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