Y si no se lo dan JUAN CRUZ
Ante la próxima ceremonia de los Oscar de Hollywood el cineasta español Pedro Almodóvar ha sido uno de los pocos españoles sensatos. Como conoce el alma humana, a la que ha retratado de modo estrafalario -es decir, buñuelesco; es decir, a lo español, y por tanto a lo Valle-Inclán y también a lo Rafael Azcona- y en todas sus películas, como si estuviera haciendo un único filme continuo, Almodóvar se situó ante los micrófonos que celebraban su candidatura y declaró: "¿Y si no me lo dan?". No lo dijo con esas mismas palabras, pero ésa era la pregunta interior que pugnaba por salir de sus labios. Aquí se contó que él vio ese anuncio de las candidaturas en soledad, luego aceptó una copa de cava y un montadito de tortilla con el equipo de su productora, que ahora se llama más que nunca El Deseo. ¿Y por qué vio esa extraña ceremonia -¡se levantan a las cinco de la mañana en Los Ángeles para anunciar las opciones al Oscar! Quieren que les vean en todas partes. ¡Están locos por los medios!- en la soledad de su despacho de director de El Deseo? Pues porque podía pasar cualquier cosa: desde que le dieran tres candidaturas a que le dieran con la puerta en las narices; lo insinuó cuando le dieron el Goya el otro día en Barcelona: el mundo del cine es muy ingrato, puede dañarte la espinilla cuando menos lo esperas. ¡El mundo del cine, el del boxeo, el de las artes plásticas, el de la literatura! En soledad el dolor del desengaño puede engullirse con menos aspaviento.
Pero en esa soledad tuvo Almodóvar la satisfacción de ver cómo su película recibía el espaldarazo de los que reparten el juego de las candidaturas. Ahora Todo sobre mi madre, from Spain, aspira a ser Oscar de Hollywood. Cuando las cosas que se anuncian mucho se reiteran ya como definitivas se queda en los protagonistas del anuncio un regusto agridulce: ¿eso era todo? Luego Almodóvar descansó un rato y fue a ver a los periodistas en la SGAE. Allí fue donde fue él quien pidió calma: a lo mejor no me lo dan, insinuó, y si es así los mismos que ahora aplauden en la sala de conferencias de la institución de los autores empinarán la nariz, simularán que hacen memoria, y dirán en los cenáculos del cine o en los otros cenáculos donde se habla sin parar del triunfo o de la desgracia con el mismo tono: "Ya me parecía a mí: mucho ruido y pocas nueces".
Tenía razón Almodóvar, pues enseguida que se supo que era candidato a una sola de las estatuillas se produjeron preguntas como las que él mismo venía a insinuar. ¿Eso no estaba cantado?, decían aquí los comentaristas, y ya esa misma tarde escucharía Almodóvar en algunas tertulias o leería luego en la prensa que muchos se hacían cruces ante la magra cosecha: ¿pero no le iban a dar más nominaciones, no iba a arrasar ya desde el principio?
La sensatez de Almodóvar viene, decíamos, de su conocimiento del alma humana, a la que ha retratado en el cine. En su última película, Todo sobre mi madre, que es la que opta al Oscar -no sólo opta Almodóvar, sino que sobre todo opta la película, es decir, no dan el Nobel, sino que premian un filme-, el cineasta español cuenta la historia de sucesivos desengaños; de modo desgarrado, uno de esos personajes que tienen su marca -Agrado, encarnado por la actriz Antonia San Juan- representa el mundo de los desengaños a los que ha retratado incansablemente nuestro hombre de La Mancha: celebrada por la crítica y por el público, Antonia se convirtió en una revelación española; era, por fin, la naturalidad en la pantalla, qué mujer. Bastó que aquí le pusieran en las manos la sosería de presentar los Goya, y que ella tuviera un cierto traspiés sentimental, o profesional, en ese trance, para que la burla nacional pusiera en marcha sus decibelios. Lo deploró aquí Elvira Lindo, la escritora y guionista: parecía que estaban esperando un relativo tropiezo de la triunfadora de Todo sobre mi madre para saltar sobre ella, inundándole la vida, además, de improperios personales.
El éxito, en este país, es un caldero que se calienta demasiado; cuando la temperatura sube al máximo, se levanta la tapadera y lo que sucede no es tan mundial -que diría el Manolito de Elvira Lindo-, los comensales que no pagan por la comida se frotan las manos: se ponen contentos porque ellos no comen pero tampoco comen los otros.
Es lo que dijo Almodóvar, con la sensatez de su madre: mucho cuidado con la euforia, porque si no se lo dan, y hay cuatro posibilidades contra una, los que ahora le aplauden le dirán por la calle: "Hombre, Almodóvar, la vida es así".
Él ya sabe cómo es la vida.
Babelia
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