La tentación tributaria JAIME GARCÍA AÑOVEROS
Cuando se acercan unas elecciones generales, los partidos se las ingenian para hacer las ofertas más atractivas a sus electores posibles. De siempre, el manejo de la imposición ha dado posibilidades (más teóricas que reales, porque la imperatividad de la mayor parte del gasto público está por encima de aspiraciones de poderes, buenos deseos y hasta ideologías) para encararse con la función seductora propia de las campañas electorales; y en el doble sentido de prometer menos carga para los "propios", o que se consideran tales, y más carga para los "otros", los que no son "nosotros", de nuestro gremio, clase, o colectividad social; porque no hay que olvidar que el resentimiento social es, desde hace bastante tiempo, un cimiento de la convivencia; la contemplación de la desgracia ajena alivia muchas veces la conciencia propia.Ya iniciada descaradamente la contienda electoral, aunque no formalmente la campaña, las propuestas tributarias de los aspirantes con posibilidades reales de gobernar siguen sin concretarse de una manera precisa. Hay unas propuestas de IU, que sigue la línea tradicional de buscar sistemas de agudizar la progresividad fiscal, pero que ahora mismo no sabemos valorar bien a la vista de lo que suceda en el programa común de la izquierda. Hay unas propuestas del PSOE, acompañadas de cierta ambigüedad en el acompañamiento de los discursos, y que también habrán de concretarse, aunque parecen orientadas a una redistribución del peso fiscal entre grupos sociales, sin aumento del global; hay unas propuestas aún no perfiladas del PP, aunque discursos varios han apuntado hacia una suavización de la carga fiscal. Es razonable pensar que lo que se diga, al fin, por cada cual, tenga que ver con sus propuestas de gasto público.
Pero esto lo hacen los partidos llevados más de la costumbre o del deseo de responder a lo que se espera de ellos en estas lides electorales, que de la convicción profunda; o al menos, eso es lo que parece; porque lo indudable es que en un país de la UE, como es España, en la actualidad, las posibilidades de acción tributaria como señuelo de seducción son mínimas, casi nulas. La globalización actual es mucho más que la permeabilización intraeuropea en materia económica, en el ámbito de la UE. Pero la realidad es que los países de la UE han perdido tanta soberanía tributaria, cada uno de ellos y en relación con sus ámbitos territoriales respectivos, que los Gobiernos y Parlamentos de cada Estado ya no son tributariamente soberanos; sin más; ni están en situaciones que, de no ser por la persistencia de las explicaciones cómodas con palabras desgastadas, y bastante vacías en la actualidad, se aproximan a aquellos supuestos de soberanía tributaria tan sonoramente descritos en sus respectivas constituciones.
Ya sabemos las tendencias lógicas del IVA europeo a transformarse en un impuesto cada vez más uniforme y con peso recaudatorio mayor. Las posibilidades de cambio en la imposición directa, esencialmente IRPF, son poco más que simbólicas; los rendimientos del trabajo, de todo tipo de trabajo, son el meollo de la base de estos impuestos, puesto que gran parte de las rentas del capital y, sobre todo, incrementos patrimoniales han dejado de sustentar, y hace ya muchos años, una recaudación que responda a los criterios de equidad de un impuesto progresivo personal sobre la renta global; situación que sólo puede, y con limitaciones, cambiarse desde dentro, es decir, desde dentro de la propia UE; pero la libertad de movimiento de capitales impide de hecho cualquier medida estatal unilateral que corrija la tendencia actual. Los Estados de la UE, entre ellos España, están en situación efectiva de competencia, entre ellos, a la baja tributaria. No parece que las perspectivas más próximas permitan otra orientación diferente de las tributaciones europeas. Parece que estamos en condiciones de afirmar que, entre partidos, la competencia también se produce a la baja tributaria: quién va a rebajar más los impuestos, y, sobre todo, a quiénes van a beneficiar esas rebajas, sin que haya mucho margen para otra cosa. Somos, claro, España; pero, en libertad de decisión tributaria, somos Europa mucho antes que España; una Europa que no acaba de dar ni siquiera pasos modestos en el camino de una tributación homogénea y coherente en todas sus partes territoriales.
Jaime García Añoveros es catedrático de Hacienda de la Universidad de Sevilla.
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