_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Independencia y políticas JOAQUÍN ARAÚJO

Los divorcios el día de la boda siempre evidencian que algo no estaba suficientemente cimentado. Al tiempo que se renuncia a superar la eterna dualidad del humano. Las excepcionales alianzas paritarias, unos pocos matrimonios y algunas amistades, son las únicas oportunidades de basar nuestras relaciones en algo no injusto o desequilibrado. El empate, el sosegante nadie pierde nadie gana es raro. Pero todavía más el que dos partes de una relación ganen o pierdan al mismo tiempo. Pero acabamos de contemplar un caso de esto último.Todos han, hemos, perdido algo con el aborto de despegue que ha supuesto la rauda despedida de José María Mendiluce en el mismo instante de su llegada a la presidencia de Greenpeace Internacional. Sin el consuelo, como sucede cuando los aviones renuncian a volar en el último momento, de que tal maniobra haya servido para evitar un accidente. En este caso el accidente ha sido el querer que no lo hubiera.

Porque pierde el eurodiputado y pierde la organización ecologista. Perdemos, los demás, una clara oportunidad de completar una trayectoria de empeños por mejorar la salud de la paz, de la naturaleza y de las relaciones entre los pueblos y las culturas.

Incluso se han dado algunas zancadas hacia atrás en lo que a la apreciación pública de Greenpeace y de Mendiluce se refiere. Es más, como también sucede siempre en las rupturas, hemos tenido que escuchar, desgraciadamente, algunas infundadas descalificaciones de cada una de las partes hacia la otra. ¡Lástima!

En cualquier caso y dada la fácil tendencia a reconocer la miopía en los demás y muy poco la ceguera propia, es conveniente recordar el para mí indudable valor que tiene la independencia política, algo que paradójicamente comparten el eurodiputado y la organización ecologista y que aún así les ha llevado al desencuentro por mucho que se afirme que seguirán colaborando.

Eso sí, son independencias con diferente matiz. Mendiluce lo es en relación a la militancia en un partido concreto, pero se sirve y es usado por uno para llevar sus conciencias a la esfera pública. Greenpeace lo es de una forma todavía más radical, pero sin renunciar en instante alguno a la presencia en lo público y a la traslación de sus propuestas a las leyes, algo que sólo pueden hacer los políticos de partido, a los que precisamente por eso respetan. Ambos pues hacen política, de intensidad y calidad muy superior a la que se inserta en las servidumbres abrumantes que conlleva la búsqueda o mantenimiento del poder. Que las asociaciones y políticos independientes procuran sirva más para mejorar, crear y transformar que para ser un fin en sí mismo como demasiadas veces ha quedado demostrado.

Las ONG en líneas generales, y las ecologistas en particular, son tanto o más políticas que los partidos. Tienen más tiempo para hacer trabajo público porque no gastan sus intereses ni sus recursos en llegar a ser otra cosa de lo que son. No deben dilapidar ingentes esfuerzos en atacar -la violencia es también verbal- a un enemigo que se les parece en el afán por gobernar. Pretenden que sus inquietudes se transformen en debates, leyes y reglamentos. Pero su trabajo está también en el campo de lo ético. Son sus talantes, sus formas de estar y de solidarizarse, las que se yerguen como sugerencias para comportamientos más compartidos. Y eso no es en absoluto, insisto, apolítico. Mucho menos aún cuando se consigue, como lo ha hecho Greenpeace, la independencia económica, la autosuficiencia para no caer en la tentación, no ya de corromperse, como tantos partidos, ni siquiera de recurrir a unos patrocinios o subvenciones que invariablemente son regalos que pasan la factura de exigir la reducción de sus anhelos. Pero si algo es realmente relevante de la independencia es que es lo más cercano que se conoce a la libertad y a la paz. La condición de libre y de pacífico sigue siendo el primer objetivo de la política de verdad. Por eso los partidos al uso a menudo extravían sus propios objetivos al no comprender que necesitan a los independientes, ésos que están cerca de lo que ellos también consideraron alguna vez como crucial.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_