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Cuatro años horribles

El activismo desplegado por Bélgica contra Augusto Pinochet y contra la extrema derecha austriaca le ha venido de perlas al nuevo Gobierno para intentar lavar la imagen de un país desacreditado por cuatro años de desgracias y escándalos. El caso Dutroux, el pederasta que conmocionó Bélgica en el verano de 1996, presunto asesino de cuatro niñas y un compinche, llevó al país a encabezar la crónica negra de la prensa mundial. Desde entonces, este pequeño reino no ha dejado de sorprender con nuevos desastres (desde la contaminación alimentaria con dioxinas o el caso Coca-Cola) o con el recuerdo de otros algo más viejos (desde la dimisión en diciembre de 1995 del entonces secretario general de la OTAN, Willy Claes, hasta el asesinato nunca esclarecido del líder de los socialistas flamencos, André Cools, a manos de dos pistoleros tunecinos que nunca se ha sabido por quién habían sido contratados, o las matanzas cometidas a mediados de los ochenta por bandas de extrema derecha en lo que siempre pareció la preparación de un golpe de Estado).

Las campañas internacionales de estos días permiten al nuevo Gobierno que encabeza el liberal flamenco Guy Verhofstadt airear la nueva imagen de un país que quiere salir de la crónica negra. Una necesidad casi imperiosa para afrontar el desgaste mediático que dentro de unos meses supondrá la apertura del juicio contra Marc Dutroux, el hombre que acabó provocando que cientos de miles de belgas se echaran a la calle para exigir que todo cambie.

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