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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El dinero se encarece

En un sistema económico globalizado, la probabilidad mayor es la de las respuestas inmediatas. El Banco Central Europeo (BCE) ha optado por seguir a la Reserva Federal de EEUU y, apenas 24 horas después de que lo hiciera la autoridad monetaria estadounidense, ha elevado sus tipos de interés en la misma cuantía (un cuarto de punto), dejando el precio del dinero en el 3,25%. Esta decisión modifica el patrón de comportamiento del BCE en dos direcciones principales: una, el empeño que tenía en diferenciar sus decisiones de las de la autoridad estadounidense; la segunda, el criterio de regular la política monetaria en función estrictamente de la evolución de los datos fundamentales sobre los que formalmente se asienta la estabilidad en la zona euro; entre éstos, la demanda de créditos y la inflación en las 11 economías de la Unión. La inflación se encuentra por debajo del límite máximo establecido por el propio BCE en el 2%.La devaluación del euro, que no tiene un carácter tan vinculante en la toma de decisiones del BCE, ha podido tener en esta ocasión un protagonismo excesivo y no precisamente clarificador. Desde que el euro perdió la emblemática relación de paridad con el dólar, aumentó la inquietud de la autoridad monetaria europea ante el riesgo de contaminación inflacionista generada por el encarecimiento de las importaciones de la zona, fundamentalmente del petróleo. La experiencia demuestra que las subidas de tipos de interés tienen un efecto muy escaso sobre el tipo de cambio y además producen cierta confusión sobre las intenciones del banco central. La reacción de los mercados a la subida del tipo de interés, al menos en las horas siguientes a la decisión, sólo se ha traducido en una tímida apreciación de la moneda europea, que seguía intercambiándose por algo menos de un dólar.

La cuantía de la subida del precio del dinero, 0,25 puntos, no excluye nuevas subidas en el futuro próximo, con la consiguiente inestabilidad que ello introduce en el comportamiento de los agentes económicos y financieros, que siguen tratando de identificar, con escaso éxito hasta ahora, la lógica de las actuaciones del banco central.

Hubiera sido más comprensible para los inversores y ciudadanos que ese endurecimiento monetario se hubiera justificado en los peligros razonados de violación del objetivo de estabilidad de precios. La pena es que el balance de la larga y provechosa ejecutoria de los responsables de la Reserva Federal norteamericana está lejos de tener correspondencia en una Europa que está afianzando un proceso de recuperación, mientras que en la economía estadounidense son nueve años de coexistencia de una expansión ininterrumpida con una más que aceptable estabilidad de precios, en la que han mediado inteligentes actuaciones de ese banco central que, además de responder a una crisis financiera global, ha garantizado la emergencia y arraigo de un dinamismo empresarial sin precedentes y la tasa de paro más baja de los últimos treinta años (la de enero se ha situado en el 4%, pleno empleo en sentido estricto). La reducción de distancias de Europa respecto a EEUU en la denominada nueva economía también va a exigir, entre otras muchas adaptaciones, que el BCE afine más su política monetaria y adopte decisiones más clarificadoras para los mercados. Desgraciadamente para los ciudadanos europeos, Wim Duisenberg, gobernador del BCE, no es Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal. La flexibilidad brilla por su ausencia en las actuaciones del BCE, quizá todavía demasiado joven y rígido en sus comportamientos.

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