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La fruta del amor JOAQUÍN VIDAL

La única fruta del amor es la banana. Lo dice la canción. Las canciones siempre dicen la verdad de la vida y sólo hay que tomar cualquiera de ellas para comprobarlo.El amor a la banana, que es el plátano, tiene categoría de axiomático y alcanza dimensiones no se sabría decir si siderales o catastróficas. El Patronato de Turismo de Canarias lo elevó a los altares y el pueblo de Madrid se lo quería comer con piel y todo.

Montó el patronato canario en la plaza del Descubrimiento una monumental pirámide platanera sin precedentes y una multitud de madrileños se abalanzó sobre ella con el propósito de arrebatarlos así le fuera la vida. Y al confluir la avalancha humana sobrevino la refriega. Hubo gente rodando por los suelos; mujeres a la greña; jubilados que sacaban fuerza de flaqueza para aporrear a los más jóvenes y audaces ansiosos de plátano; jóvenes que con absoluta falta de respeto y consideración a la edad baqueteaban jubilados; señoras a bolsazo limpio y más que te contaré, todos con el único afán de alcanzar primeros la pirámide y llevarse los plátanos.

Hombres se vio que hacían de su chupa costal y lo llenaban de racimos. Chicas que por faltarles faldas que les valieran de zurrón, se los llevaban defendiendo su propiedad en el regazo. Un caballero que sólo consiguió un plátano, culpó a otro de su fracaso y pretendiendo que se lo tragara de poco le hunde un ojo. El agredido respondió tirándole un puntapié a donde de nupcias más se estima y ya iban a estrangularse cuando llegaron los guardias disolviendo a voces y empujones las peleas.

De los más de mil asaltantes de la pirámide -algunas fuentes hablan de dos mil- por lo menos la mitad se quedaron sin plátano, y hubo quién lo lamentaba arrasado en lágrimas, quién gritando duros calificativos a la santa madre de los que iban aplatanados, quién culpando al Gobierno y exigiendo una indemnización.

La plaza del Descubrimiento de Madrid parecía Biafra. Durante horas y soportando un frío glacial estuvieron los aspirantes a llevarse gratis unos cuantos plátanos. Al principio guardaban fila con orden y sosiego; mas llegado el momento del reparto, la rompieron por mor del ansia de quienes habiendo llegado después barruntaban que se iban a quedar sin plátanos. Finalmente, restablecida la calma, unos volvieron mohínos con las manos vacías al metro que los trujo, otros siguiéndoles la derrota provistos del aromático matalotaje y satisfechos de la operación.

Claro que todo esto no sería por dinero... Los plátanos que acarreaban posiblemente no valían tanto como el billete de ida y vuelta en el metro. Un servidor ha consultado (ha pensado también, con perdón) y no acaba de entender el motivo de que se armara semejante tumulto por unos cuantos plátanos. Tampoco sería por hambre súbita, ya que, puestos a saciarla, mejor industria se hubiese alcanzado asaltando una carnicería y llevándose un jamón.

Quizá se debiera a que, efectivamente, el plátano tiene esa magia espiritual que el amor infunde. Le llaman de común banana, plátano en algunos países hispanohablantes, pero su nombre universal es Musa, si son maduros y dulces Musa Paradisiaca, y por algo será.

Eminentes psicómetras consultados opinan que el plátano no era lo relevante, sino conseguirlo gratis, y añaden que en determinadas circunstancias la gente es capaz de matarse. Estíbaliz, la famosa cantante del grupo El Consorcio, me contaba que en cierto certamen presenció horrorizada cómo el público emprendía una batalla campal por asir una de las camisetas publicitarias que repartían gratis. A una azafata vi yo huir despavorida de una avalancha de público que le arrebataba a puñados y tirones los folletos que había salido a repartir en una feria.

Claro que cuanto se dice respecto a la gratuidad y la psicometría es aleatorio, especulativo y barruntativo. El fenómeno de la fruta del amor y sus tumultuarios efectos nadie lo ha sabido explicar. Menos aún podrán entenderlo en Canarias, donde comerse un plátano no supone ninguna novedad. Salvo que crean que en Madrid estamos caninos o hemos perdido la chaveta. Y quién sabe si tienen razón.

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