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El desmoronamiento de una cierta Europa

La perspectiva de que el partido de derecha extrema de Jörg Haider entre en el Gobierno austriaco, Estado miembro de la UE, estremece al resto de Europa. Ahora bien, ni se trata de ningún Hitler, ni Austria es Alemania, ni estamos en 1933. El Partido Liberal (FPÖ) de Haider, que logró más de un 27% de los votos en las últimas elecciones situándose como segundo partido, representa otra cosa: la protesta egoísta, la de un sector de la población de uno de los países más ricos de la UE, en una buena coyuntura económica, con un paro bajo, pero en crisis de identidad y con un temor al otro, a una inmigración que, sólo en ilegales, puede representar un 10% de la población austriaca. Es otra faceta de esos nacionalismos de reacción frente a la integración supernacional, las fronteras abiertas y la globalización. Ahora bien, lo malo no es sólo Haider, sino también el momento. Pues coincide con el hundimiento de la Unión Cristiana Democrática (CDU) y de Kohl en Alemania. Se está desmoronando una cierta Europa.La CDU, en el Gobierno o en la oposición, ha sido uno de los pilares de la construcción europea durante la guerra fría, y servía y sirve como dique de contención frente a algunos extremismos presentes en la nueva Alemania. Es ahora evidente que, además, tenía un pacto de sangre con Francia, una complicidad sobre la cual -pese a que acabe resultando ilegal respecto a la financiación de partidos- también se ha cimentado esta Europa. Ahora bien, por unos motivos en un país y otros en otro, aunque todos ellos tocantes a la corrupción, la Democracia Cristiana está en retirada en esta Europa, dejando su espacio a una derecha mucho más dura y más antieuropea, ya sea la de Berlusconi o la de los socialcristianos -aún se llaman así- de Edmund Stoiber en Baviera, y la de los Haider. Pese a que no esté en el Gobierno, la crisis de la CDU puede suponer también el derrumbe de esa Alemania,SA, en la que política y empresas están demasiado imbricadas. El alcance de esta crisis se magnifica aún más por el hecho de que esta República de Berlín busca su nuevo papel en Europa.

Esta Europa corre el riesgo de relajar sus criterios democráticos. El Consejo de Europa, esa institución básica en la defensa de los derechos humanos, o la Organización para la Cooperación y la Seguridad en Europa (OSCE) hacen la vista gorda ante lo que está ocurriendo en Chechenia o los burdos fraudes electorales en Rusia. Bien puede ser que la pertenencia de Rusia y algunos otros países al Consejo de Europa sirva para que avance la democracia y el respeto de los derechos humanos, pero también, al no actuar, estas instituciones pierden credibilidad. En cuanto a la Austria de Haider, aplicar las disposiciones previstas en el Tratado de Amsterdam para suspender de algunos de sus derechos a este Estado en la UE -que no expulsarlo, posibilidad no prevista- sería sumamente complicado, y tendría que partir de la constatación de una "violación grave y persistente" de los derechos humanos o las normas democráticas. Probablemente esa Austria dificultaría muchas políticas, incluidas las relaciones con Israel, el Magreb o el Este, por la xenofobia declarada de Haider. También potenciaría esa coalición social y política que, del Reino Unido a Viena, se está fraguando contra la ampliación al Este de la UE o mayor integración supranacional.

En este caldo de cultivo llegan las propuestas de la Comisión Europea para un osado impulso institucional. Mal momento para negociarlo. Pero buen momento para reflexionar sobre la necesidad de favorecer esa cooperación reforzada que ha de permitir a los Estados que lo deseen avanzar más en su proceso de integración, y de impulsar esa Carta de los Derechos Fundamentales para la UE que está viviendo un curioso proceso de elaboración cuasi-constitucional. Si se suma todo, no cabe sino alertar: ¡problemas a la vista! Pero no como en los años treinta. Al menos en esta parte de Europa.

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