Jugar con fuego
Se armó la marimorena. El motín hizo que se retrasase 35 minutos el comienzo de las actuaciones del pretendido homenaje a Alfredo Kraus, con gritos de "timo" o "fraude", peticiones de devolución del dinero y hasta de dimisión de los directivos del teatro. Las últimas cancelaciones -Pavarotti, María Bayo, Ramón Vargas- y el anuncio de que Domingo solamente dirigía y no cantaba pusieron la guinda a un pastel envenenado, pero lo que quedaba en evidencia, por encima de todo, era el estilo del teatro.Cambreleng tardó 15 minutos en salir al escenario a dar explicaciones: demasiado tarde, ante unos ánimos encrespados de un público que ya no escuchaba a nadie. La clave para calmar la agresividad de la sala la tenía Plácido Domingo, un tenor carismático que podía haber hecho un guiño al respetable, pero Domingo hizo de Anelka y no apareció para echar una mano, dejando el primer trago para un asustadizo García Asensio y una Carmen Oprisanu que temblaba como si la hubiesen echado a los leones.
Lo que distingue a los grandes artistas es su capacidad de dar la cara en situaciones conflictivas. Hace unos años, en un recital de Zestona literalmente tomado por unos manifestantes de apoyo a ETA con pancartas de los presos, Carlos Álvarez y María Bayo supieron dar la vuelta a la situación y meterse al público en el bolsillo. Domingo ayer no dio la cara. Circunspecto en el podio, evitando los saludos por si le caía también un rapapolvo, acompañando únicamene a Aquiles Machado (en eso sí estuvo oportunista: se reservó al alumno de Kraus), cantó fuera de programa, espléndidamente, Madrileña bonita, antes de ceder el protagonismo a Kraus con una grabación magistral de A te o cara, de I puritani, de Bellini, que acabó de marcar las diferencias.
El recital tuvo poca historia en sí. Demasiada responsabilidad para los jóvenes, demasiada tensión escénica para Aragall, demasiado compromiso para una endeble Filarmónica de Madrid con García Asensio. ¿No se merecía Kraus al menos el concurso de la Sinfónica de Madrid y García Navarro?
El espectáculo estuvo en la sala, donde se revivió, como en otros tiempos, una situación de diferencia de clases. Las señoras de abajo, recién salidas del visón, escandalizadas porque este país no tiene arreglo y los salvajes llegan ya con sus gritos reivindicativos hasta al mismísimo Real; los de arriba, exigiendo sonoramente (especialmente intensas las pitadas a Pavarotti) sus derechos a un programa anunciado por el que habían hecho largas horas de cola y desembolsado su dinero. La ópera es un género que levanta pasiones. Lo vivido ayer lo rubrica. El abucheo a Maazel y la Filarmónica de Viena de hace unos años en el Auditorio se queda en un juego de niños ante el escándalo de ayer en el Real.
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