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El presidente Chávez pide a los ricos que acojan familias de damnificados en sus casas

Venezuela, anegada por el barro, padece las Navidades más amargas de su historia

Juan Jesús Aznárez

Aunque el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, ha pedido a sus compatriotas pudientes que albergaran a una familia de damnificados durante estas fiestas, el grueso de las víctimas del cerro del Ávila las vive agrupadas en la desgracia, al pie de las solidarias cestas repartidas en algunos centros de acogida. "Aprovecharé estos días para serenarme y ver qué hago con mi vida. Tengo dos hijos. Las navidades las doy por perdidas", subraya Juan Mangada, un venezolano de padres gallegos, en su casa de Punto Macuto. Venezuela vive los días más amargos de su historia.

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El pánico de la muerte

Los hermanos José y Raúl Mangada empuñan pistolas Beretta, un cuchillo de comando y una navaja albaceteña en las navidades más duras de toda Venezuela y de Punta Mulato, una de las localidades de litoral sepultadas por montañas de fango, rocas como camiones y troncos de 30 metros. "Defendemos lo que nos queda", dicen. Punta Mulato, Macuto, Caraballeda, Los Corales, Uría o Los Caracas son velorios, poblaciones muertas, apenas habitadas por almas en pena, emponzoñadas desde sus rompeolas y playas por cuerpos en descomposición."Rodamos sobre cadáveres", asevera Gustavo, el conductor del todoterreno que se adentra en el epicentro del Estado de Vargas y del peor desastre sufrido nunca por un país latinoamericano. Angustiados por su futuro, empobrecidos o en la ruina, más de 150.000 nacionales vivieron la Nochebuena y el día de Navidad en barracones, refugios o domicilios ajenos, distantes del mazapán, los turrones y los villancicos.

El recorrido por el litoral del mar Caribe, vecino de vertientes montañosas que escupieron en tromba las aguas almacenadas durante 20 días, cruza palmerales doblados por las torrenteras, corrientes todavía impetuosas y pelotones de soldados dispuestos a matar a los saqueadores más contumaces. La ruta por la cornisa del desastre atraviesa columnas de menesterosos , avisos de cuide su playa o no use bronceador en las piscinas, y una destrucción de película en chalés que presentan adornos y arbolitos navideños embarrados hasta las copas. "No tengo nada, mi amor. Pero hay que seguir p"alante", dice una mulata.

Los aludes fueron tan masivos que los artificieros revientan con barrenos de dinamita los obstáculos insalvables y cuadrillas de socorristas barren las arenas buscando cadáveres. Todos pugnan en el norte por superar un trance mayúsculo, incluidos aquellos que rechazan su definitivo traslado a territorios alejados del litoral, y el español Antonio Gende Rodríguez, de 74 años, gallego de A Coruña, domiciliado desde 1950 en Venezuela, horrorizado, vio desde el séptimo piso de su apartamento en Los Corales la agonía de muchos durante la irrupción de un caudal que puede haber matado a 30.000 personas. "Parecía el fin del mundo. Vi a mucha gente arrastrada por el agua hacia el mar, tratando de salir para afuera. Pero no podían, no había forma de defenderse de esas corrientes".

Noches antes escuchó el sordo rugir de las aguas represadas en la quebrada de San Julián. "Era aterrador". El día de la hecatombe, las rocas se precipitaron rodando desde los picos del Ávila hacia el litoral, aplastaron viviendas y miles de vehículos, y soltaban chispas al golpear contra los pilares de edificios de 15 plantas que temblaban al ser embestidos.

Desde Las Tunitas hasta Chiriviche, casi todo está incomunicado, y la situación es muy precaria en Carmen de Uría, aislada por tierra. Sus habitantes demandan agua potable y artículos de primera necesidad. Las reclamaciones se suceden. Una advierte contra el desplazamiento de las autoridades civiles por los militares en la coordinación de la operación de rescate. Según el diputado oficialista Pablo Medina, las Fuerzas Armadas actúan como si hubiera ocurrido una guerra, no una catástrofe natural. Impedir que lo sea para quienes son víctimas de la rapiña en Caraballeda es la misión del sargento Alcalá, jefe de una patrulla del Batallón de Cazadores. Su pelotón se bate a tiros con las partidas soprendidas en comercios o viviendas todavía no desvalijados.

"Hay muchos casos de saqueos. En el ir y venir de gente no se sabe quién es quien. Nos enfrentamos a tiros con ellos porque hay gente que viene de los barrios y tienen armamento". ¿De dónde lo han sacado? "Pues se derrumbó una escuela de policía y ellos lo tienen ahorita. Y también lo sacan de las quintas . ¿Tienen ustedes órdenes de tirar a dar? Contra las informaciones publicadas en el sentido de que los delincuentes han sido diezmados sin contemplaciones, el sargento Alcalá niega tener licencia para matar. "No, no, tenemos órdenes de detener y, claro, de defendernos".

La patrulla del sargento Alcalá y otras a las órdenes de oficiales de la Guardia Nacional y los regimientos de paracaidistas conducen cuerdas de detenidos por parajes desolados, por urbanizaciones desmoronadas. Tanto como lo está el Club Canario de Macuto. Su caja fuerte fue reventada a mazazos. Quienes lo hicieron sólo dejaron los libros, los dibujos navideños de los niños, los trofeos y las banderas y pendones españoles honrados por una emigración tan doliente como el país que le acogió hace medio siglo.

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