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El pánico de la muerte

El hospital José María Vargas de La Guaira, capital de un Estado habitado antes por unas 400.000 personas, no funciona, y está militarizado desde que el día de las inundaciones sus cuatro pisos y 260 camas fueran ocupados al asalto por más de 10.000 personas huidas de los desbordamientos. Sin luz eléctrica, en penumbra, el centro fue atacado por grupos de invasores que se emborracharon y cometieron todo tipo de tropelías durante dos 48 horas. La indefensión de médicos, enfermeras y pacientes fue total, y las consecuencias, graves. Las habitaciones, pasillos y quirófanos del establecimiento, que ayer recibía a 60 médicos cubanos, quedaron convertidos en un vertedero. "Hasta hacían sus necesidades en los pasillos", recuerda una secretaria.Los 50 enfermos alojados en el momento del asalto fueron expulsados y sus habitaciones tomadas por una turba de damnificados que nada respetó. El 90% del equipo de atención médica fue robado.

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El doctor Juvenal Villasmil, psiquiátra, coordinador docente del hospital, recuerda que en el momento del desastre natural "las personas, angustiadas y llenas de ansiedad, buscando algún refugio para salvar sus vidas, se metieron dentro. Como el hospital quedó desmantelado, se cerró provisionalmente". El médico admite que entre los damnificados por las riadas figuraban "personas con otras intenciones, con la intención de delinquir". La oscuridad facilitó la impunidad de los más desalmados, que no paraban de trasegar alcohol.

"Escuchábamos gritos por todas partes", agrega la doctora Katy Sojo. "Destruían por maldad. Tumbaron las puertas. Yo creo que eran 20.000". No hubo manera de imponer el orden ni desocupar el hospital, pese a que se comunicó a todos que el peligro de las inundaciones había pasado.

Villasmil atribuye el vandalismo a que, "en medio de la angustia, los núcleos sociopáticos de impulsividad de la gente son incontrolables". "Como psiquiatra, digo que se genera un síndrome de estrés postraumático", agregó. "Había pánico de muerte".

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