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La magia de Chávez

Andrés Ortega

La nueva Constitución aprobada por referéndum define a Venezuela como una sociedad "democrática" y "protagónica". Cuando los redactores del texto constitucional se percataron de que tal vocablo no aparecía en los diccionarios, poco les importó. "Decisión soberana", se dijo, justificando que el pueblo inventa sus neologismos. Y, efectivamente, los inventa, en Venezuela o en España. Ésta, como otras disposiciones exóticas de la Constitución, puede resultar anecdótica. Hay algo más, sin embargo. En términos de ordenación del poder, el texto constitucional rebosa autoritarismo y ejecutivitis. Tras el plebiscito -pues eso ha sido-, la Constitución, y si posteriormente, como es previsible, Hugo Chávez y sus seguidores ganan las elecciones legislativas y el dirigente se revalida en unas nuevas presidenciales, el antiguo golpista acumulará en sus manos un inmenso poder.Pero hay elementos en la Constitución, por ejemplo en materia de reducción de algunos excesos de la descentralización, que pueden tener sentido. La libertad en las tasas viales había producido una ruptura del mercado venezolano, con un encarecimiento de los transportes y el restablecimiento, de hecho, de las antiguas fronteras fiscales internas. Ahora bien, como programa -pues es esencialmente eso- que entra en el pleno empleo, en regular la jornada laboral a 44 semanales y en otros aspectos, la Constitución resultará inaplicable en un país de las características de Venezuela.

El texto de la nueva Carta Magna venezolana, la bolivoriana, ha sido redactado con prisas y mal, poco discutido en una tan sólo aparente Constituyente, y ultimado al dictado del presidente. Las pocas voces sensatas han sido desoídas. Pero en Venezuela no se ha respetado casi ninguna Constitución. ¿Por qué ésta? Claro que algunos definen esta constitución no en términos jurídicos o políticos, sino como un acto de magia: la magia de Chávez. La que le lleva a declararse maoísta en China, fidelista en Cuba, o católico arrodillado ante el Papa en el Vaticano. Y amansado cuando pasa por España, donde el Gobierno lo considera educable. ¿Lo es?

Para su magia, dispone de algunos medios con los que llevar a cabo trucos. Una parte sustancial del presupuesto del año que acaba no se ha ejecutado, lo que puede permitirle algunos gastos sociales inmediatos con efecto, tras la aprobación de la nueva Constitución. Por otra parte, la subida de los precios del crudo -que Hugo Chávez ha contribuido a impulsar con habilidad en el seno de la OPEP- puede suponer un crecimiento de un 3% del PIB para Venezuela el año próximo. Además, el anteproyecto para los próximos presupuestos dedica a gastos reservados una ingente cantidad.

Pese a la necesidad de reconstruir lo devastado por las torrenciales lluvias, son importantes triunfos en sus manos, aunque no serán suficientes para satisfacer lo mucho que los muchos que le apoyan esperan de él y lo mucho que ha prometido. Hay un riesgo de que, entonces, se arme un bochinche, ese aporte criollo a la sociología que consiste en el "desorden desordenado", como lo define un gran conocedor de ese país. No es un broma. Venezuela se ha metido en una senda de suma dificultad; en un callejón sin clara salida. El enorme éxito popular de Chávez, cuya Constitución pocos se han leído, se explica sobre todo por los anteriores 40 años de régimen corrupto. No hay garantías de que no se reproduzca. Ya han aparecido los primeros casos de corrupción entre los chavistas.

Mas como enseñara el maestro Manuel García Pelayo, que tanto tiempo y afecto dedicó a Venezuela, las Constituciones no se pueden juzgar sólo por sus textos, sino por la cultura política en la que se enmarcan y por su práctica. Hoy por hoy, Chávez se ha quedado sin algo esencial para el funcionamiento democrático: una oposición. Venezuela no está viviendo una transición de una dictadura a una democracia, sino algo muy distinto: la destrucción de un sistema de partidos que se había agotado. Construir otro alternativo, algo esencial para reconstruir la democracia, va a resultar una tarea muy ardua, que requiere toda la comprensión y el apoyo que se le pueda dar.

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