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Tribuna:AULA LIBRE
Tribuna
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La necesaria moderación en la expansión universitaria

La educación universitaria ha sido un objetivo prioritario en los últimos 25 años para las autoridades políticas, universitarias y el público en general, habiéndose convertido en el único destino imaginable para los jóvenes. El resultado ha sido la masificación y proliferación de universidades y centros universitarios. Hasta en las campañas electorales, la creación de un campus universitario o la duplicación de universidades, incluso en autonomías uniprovinciales, sirven como lemas electorales. Se ha producido así una expansión universitaria, sin orden ni criterio, que pone en indudable peligro a la propia subsistencia de la Universidad como centro de educación superior.En los años sesenta y setenta se construyeron numerosos institutos de bachillerato que hoy, debido al descenso de la natalidad, tienen un escaso número de alumnos. Al tener que amortizar plazas de profesorado, un profesor de Física y Química puede terminar dando clases de informática, y un profesor de Latín, clases de gimnasia.

Hacia 1970 se concedía la medalla de la ciudad al ministro de Educación por cada universidad o colegio universitario que se creaba. Las nuevas universidades provocaron el traslado masivo de profesores, dejando diezmadas a las universidades de procedencia. La promoción masiva a puestos de profesor causó un enorme daño al nivel de la Universidad, que ha tenido que soportar después la promoción endogámica.

En la actualidad se están multiplicando nuevas titulaciones en la mayor parte de las universidades, sin que exista justificación objetiva, sin contar con los fondos necesarios para dotación de profesorado, equipos y bibliotecas y, además, con la mayor dispersión posible. Da la impresión de que se trata simplemente de satisfacer la vanidad personal de alguna autoridad política o universitaria, que ignora lo que debería ser una universidad.

Una buena universidad necesita concentración. Un número escaso de titulares de departamentos, pero bien dotada de bibliotecas y medios de trabajo, para poder competir, tanto nacional como internacionalmente. La táctica del mariscal Montgomery de concentrar el ataque en un frente estrecho es también aplicable a los estudios universitarios. La ordenación, renovación y financiación de los estudios en áreas científicas y tecnológicas implica costes cada vez mayores. Muchos laboratorios no reúnen condiciones de seguridad, ni están equipados con técnicas que permitan instruir y preparar a los alumnos para el mundo tecnológico que les espera. En vez de potenciar lo existente, se opta por crear nuevas titulaciones y centros dispersos. Todo ello conducirá a una universidad mediocre, en la que ningún departamento llegará a estar situado entre los 100 primeros de su área a nivel internacional.

Se está generando, además, una gran plétora de graduados para los que será imposible encontrar trabajo en su campo. Ya contamos con licenciados en áreas científicas despachando billetes en Renfe, ingenieros vendiendo ordenadores y licenciados en humanidades sirviendo como camareros. Algo auténticamente frustrante para esos titulados y sus familias, que costearon los estudios.

En lugar de ampliarse la oferta universitaria, deberían fomentarse los estudios técnicos medios y una formación profesional de calidad. Los puestos en la enseñanza están en declive y la industria española, prácticamente colonizada, no va a dar empleo a muchos titulados superiores, ya que no hace investigación o no le está permitido hacerla. Pero siempre habrá empleos a nivel de ingeniero técnico o de formación profesional en la industria transfomadora. Si una empresa buscase a un experto en extrusión o moldeo de polímeros, a un técnico de planta o a soldadores industriales, tendría dificultad en encontrarlos; pero sí encontraría licenciados e ingenieros superiores, que no serían los profesionales adecuados para los trabajos indicados.

Otro problema que el Ministerio de Educación y Cultura debe resolver con urgencia son las competencias profesionales en algunas titulaciones. De vez en cuando afloran en la prensa litigios de competencias, pero es aún más grave que se gradúen ingenieros en determinadas áreas, que burocráticamente no pueden firmar un proyecto que han realizado. Podemos llegar al gran contrasentido de que ingenieros españolcs realicen proyectos en Alemania o Estados Unidos y, sin embargo, no estén autorizados a realizarlos en el país en que obtuvieron su título. Todo ello porque, simplemente, a quien creó la titulación se olvidó de establecer sus competencias.

Es necesario que las autoridades políticas y universitarias actúen con moderación y reflexión en la expansión y dispersión de centros universitarios, ya que los recursos financieros no son ilimitados. En un mundo en que ciencia y tecnología están presentes en todos los aspectos de la vida diaria, se necesitan centros bien dotados y con un mantenimiento adecuado, si es que de verdad deseamos tener alguna relevancia en el mundo industrial. Si ignoramos esa realidad, la Universidad española terminará siendo como las empresas públicas de los antiguos países de la Europa del Este, e incluso algunas del nuestro: un lastre económico para la sociedad, que finalmente optará por seguir otros caminos para conseguir una formación adecuada a las ofertas de trabajo. Habrá llegado entonces el momento de las reconversiones traumáticas del profesorado universitario, que quizás no llegue a tener siquiera la opción de dar clases de gimnasia.

José Coca Prados es catedrático de Ingeniería Química de la Universidad de Oviedo.

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