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El estreno de Solana

De cómo el responsable de la diplomacia de la UE viajó a Turquía e impuso las duras condiciones de ingreso

Xavier Vidal-Folch

ENVIADO ESPECIALSeguramente es el político más viajero del mundo, pero se desplaza siempre en línea regular o de prestado, algo poco práctico para la diplomacia del avión y del contacto directo improvisado e inesperado, que ha encontrado en él un maestro indiscutido. A veces, como en esta ocasión, incluso los mejores aviones prestados fallan.

La delicada misión diplomática que llevó a Javier Solana -Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) de la UE- a Ankara en la noche del pasado viernes exhibe todos los ingredientes políticos, institucionales y tecnológicos de cuán complicado será construir una nueva proyección internacional de la UE, ese "número de teléfono de Europa" que una vez pidió Henry Kissinger.

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El último contratiempo

Solana había fraguado la víspera, con el primer ministro griego, Costas Simitis, el texto de la inédita y aperturista oferta que los Quince realizarían a Ankara para consagrar su candidatura al ingreso en la UE. Idea que se arrastraba sin éxito desde hacía tres decenios, cuando el acuerdo de asociación de 1963 reconoció por vez primera la voluntad turca de adherirse a la Comunidad Europea.

Cuando el ministro de Exteriores turco, Ismail Cem, examinó el texto enviado por fax a Ankara, aunque conocía ya sus entrañas, le asaltaron las dudas. Por más que evitaba el lenguaje del diktat, el acuerdo exigía a Turquía compromisos fuertes sobre la democratización, el litigio del mar Egeo y los derechos humanos. Y precisaba fechas. Cem pidió "aclaraciones" sobre "detalles que pueden ser inaceptables para nosotros". Una sombra de angustia recorrió la sala de la cumbre: si Ankara rechazaba el texto, se reabriría la crisis con el fiel aliado estratégico y consocio de la OTAN.

El presidente francés, Jacques Chirac, propuso que Solana viajase inmediatamente para disipar recelos, y además "con un margen de maniobra", no en vano el español había timoneado desde su anterior jefatura de la Alianza la reconciliación militar greco-turca y era el único con línea directa fluida entre ambas capitales. Le apoyó el presidente de turno, el finlandés Paavo Lipponen, pero circunscribiendo la misión a "aclarar las dudas" oralmente, sin posibilidad de reescritura, y se comprometió a redactar un fax para corroborar por escrito la explicación oral de Solana. El titular de la Comisión, Romano Prodi, cometió el pecadillo de la protagonitis sugiriendo que le acompañase el comisario de la Ampliación, Günter Verheugen, como queriendo diluir una misión propia del nuevo señor PESC en un viaje de la troika comunitaria.

Lipponen consultó a Solana con la mirada. Éste aceptó sin parpadeo la propuesta de Prodi en aras del buen entendimiento institucional. Lipponen propuso completar el equipo con un sólido funcionario de la presidencia -el subsecretario Jaako Blomberg-, pero de segundo nivel, porque, pese a que la ministra Tarja Halonen estaba interesada en viajar (es candidata en las próximas elecciones a la presidencia que hoy ostenta el legendario Marti Ahtisaari), habría tenido que presidir la misión, desnaturalizando su diseño, lo que Turquía (y varios líderes de los Quince) habría encajado mal. El jefe de gabinete del Alto Representante, Alberto Navarro, un gran cocinero de consensos, completaría el equipo.

Había que despegar ya, pues el Ejecutivo turco estaba reunido y la cumbre tocaba a su final. Se llamó por teléfono al primer ministro turco, Bulent Ecevit: encantado de recibir al viajero y a su séquito, gracias, pero el señor PESC carecía y carece de avión. Chirac ofreció su Falcon del Groupement de Liaison Aérienne Interministerielle, bien equipado con fax y otros utillajes de telecomunicación.

El viaje tuvo su frenesí de papeles cruzados. Verheugen reclamó desde el aire a Bruselas más papeles históricos sobre los que convencer a los turcos de que la oferta era buena. La Casa Blanca se movilizó en apoyo del europeo en que más confía, dando oficialmente "la bienvenida" al acuerdo. Bill Clinton, Chirac y el canciller alemán, Gerhard Schröder, telefonearon también a Ecevit. La misión no debía fracasar. El señor PESC y su gente se reunieron con Cem durante una hora. Le aclararon cada detalle. Cem, un hábil ex periodista occidentalizadísimo a lo Atatürk, respiró. No se tocó una palabra, sólo se convirtió un punto y seguido en punto y aparte. Fueron a encontrarse con Ecevit. "Ya sé que todo ha quedado claro con Cem, quiero escucharte también, pero ya te adelanto que estoy satisfecho y que mañana estaré en Helsinki para el almuerzo de los candidatos", espetó de entrada. "Misión cumplida", que diría horas después el presidente del Gobierno español, José María Aznar.

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