El cerdo
La realidad global está llena de contradicciones. Comprar unos vaqueros, por ejemplo, constituye un acto de explotación a distancia, pues lo más probable es que hayan sido confeccionados en un sótano roto por una anciana que trabaja 15 horas diarias a cambio de dos duros. Sin embargo, jamás hubo tantas organizaciones a través de la cuales apadrinar (por dos duros también) a un niño africano que llevará gafas gracias a ti, aunque nunca te vea. Lo difícil es dar con la proporción entre los pantalones que puedes comprar y los niños que debes apadrinar para mantener el equilibrio ecológico del alma. Nunca el mercado de la buena conciencia estuvo tan surtido, pero nunca fue tan difícil saber si es más rentable para la salvación personal teleapadrinar a un preso político o comprar tarjetas de la Unicef. Quizá lo mejor fuera tirar por la calle de en medio y armar un lío como el que vimos en Seattle la semana pasada, aunque ya no tengamos edad.A veces, compras para tu hijo pequeño un cuento lleno de valores democráticos y cuando llegas a casa te das cuenta de que la manipulación de ese material didáctico se ha llevado a cabo en Taiwan, por un esclavo de seis o siete años. Puedes, para aliviar la culpa, domiciliar en tu banco el tratamiento de un leproso hindú o de un sudanés con escorbuto. Pero no hay quien te quite el sabor amargo, el retrogusto, que diría un enólogo, de educar a tu hijo con libros en cuya encuadernación se ha dejado las yemas de los dedos un niño de su edad. Es imposible dar un paso, en fin, sin perpetrar una miseria o, lo que es peor, sin ejercer la caridad, la pena.
Toda esta confusión se resume en un anuncio de prensa que estos días me ha llamado la atención. "Le criamos su cerdo", dice. Y es verdad, lo crían, lo matan, y te envían sus partes por una mensualidad inferior a la que normalmente daríamos a una ONG. Ese cerdo, al que nunca veremos la cara porque está globalizado, somos nosotros mismos. Habría sido imposible hallar una metáfora mejor del mundo. Amamos a distancia, matamos a distancia, y nos devoramos unos a otros a través del mercado global. Hemos vuelto al canibalismo sin haber llegado a salir de él. ¿Qué hacer?
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