Enfermedades reales y financieras
La cifra de importaciones del último mes -dos billones de pesetas- ha batido todos los récords históricos. Para verlo con perspectiva, y descontar el efecto de la subida de los precios del petróleo, observamos que las importaciones han aumentado un 20% en volumen en los últimos dos años, mientras que las exportaciones han aumentado un débil 4,9% en ese mismo periodo.El turismo ha podido compensar el déficit comercial durante los últimos siete años porque las cifras de déficit se mantuvieron en cifras moderadas, entre 220.000 y 270.000 millones de pesetas al mes. Pero ya no puede, porque la brecha comercial se ha doblado en poco tiempo. En efecto, en el otoño pasado, el déficit comercial superó los 300.000 millones de pesetas mensuales. Desde entonces, la caída produce vértigo: a principios de este año, el déficit superó los 350.000 millones, en el verano saltó a los 450.000 y en los últimos meses el déficit se ha situado en 500.000 millones de pesetas al mes. Cuando el agujero comercial alcanza estas magnitudes, el turismo no puede evitar que la pendiente de caída de la balanza corriente siga un perfil similar al de la balanza comercial.
Si no estuviéramos en la Unión Monetaria, este acelerado deterioro del sector exterior estaría provocando ya movimientos en los mercados financieros. La confianza en el tipo de cambio de la peseta estaría disminuyendo y estarían subiendo los tipos interés. Éste era el cuadro con que se enfrentaban los responsables económicos españoles en los últimos cuarenta años cuando, como ahora, caían en la tentación de forzar la demanda interna. Ahora, sin embargo, aunque las variables reales estén empeorando, las variables financieras permanecen inmutables. Y es que, en las gélidas aguas de la Unión Monetaria no se siente la fiebre. Incluso aunque el desequilibrio actual se agravara, no volveríamos a ver nunca aquel cuadro, por la simple razón de que, estando en la Unión Monetaria, los termómetros financieros locales no funcionan.
Y no funcionan no sólo porque la peseta ya no exista, porque eso le ha pasado también al marco, sino porque la economía española pesa muy poco en la economía de la Unión Europea y su situación no influye en las variables financieras. Éstas reflejan, lógicamente, lo que sucede en las economías de los grandes países europeos. Aunque nuestra demanda interna esté recalentada y creciendo al 6%, el termómetro de la zona euro marca un 2,5% de crecimiento de la demanda interna. Aunque España tenga déficit crecientes en la balanza comercial y corriente, la zona euro continúa con superávit en ambas balanzas, incluso después de la subida del precio del petróleo. Dado nuestro reducido peso en la zona del euro, por mucho que España haga mal su tarea en el campo de la competitividad, ello no influirá en los tipos de cambio ni en los tipos de interés, que se moverán por otras razones distintas de lo que pase en España.
Pero, aunque el termómetro de los mercados financieros ya no lo refleje, el enfermo español tiene fiebre y sería un error pensar que está sano. Puesto que España ya no puede corregir el desequilibrio exterior a través de las variables financieras -tipo de cambio y tipo de interés-, si no se toman medidas para aumentar la competitividad, la única posibilidad de volver al equilibrio será la de reducir el crecimiento del PIB. Se equivoca quien no se preocupe por la evolución de nuestro sector exterior, por la ausencia de consecuencias en los mercados financieros. Está juzgando una nueva situación con viejos criterios. El frío de la Unión Monetaria tiene los efectos de un antisintomático, que consigue que no se note la fiebre, pero no resuelve la enfermedad, que es la falta de competitividad. Algún día veremos las consecuencias sobre la economía española de este experimento de ingerir un tranquilizador de los mercados y, al mismo tiempo, tomar el trago de la expansión de la demanda interna. El efecto de combinar whisky con barbitúricos ya lo conocemos: primero, el individuo se pone muy alegre, y, luego, se nos va.
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