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La doctrina de los dos reinos

En una clase, los niños aprenden la religión que deciden los obispos. En otra aula, los demás niños estudian una asignatura completamente distinta, pero cuyo contenido y dificultad también desea controlar la Conferencia Episcopal, temerosa de que, si la materia resultase demasiado fácil o atractiva, los alumnos de la primera sala saldrían corriendo hacia la segunda. Los chicos de la primera sala son creyentes, o se les trata como tales, de manera que podría deducirse que en el aula de al lado se refugian los descreídos.Este modelo educativo, que reclaman los obispos apelando al Tratado entre España y la Santa Sede, parece añorar la doctrina agustiniana de los dos reinos. En el primer supuesto, los niños creyentes recibirían la buena doctrina, mientras que a los segundos se les reservarían los valores de su Constitución. En el peor de los casos, si la asignatura de los primeros es fundamental, resultaría imperdonable hurtársela a los segundos; y a la recíproca: si lo que aprenden éstos es necesario tampoco parece razonable que se les niegue a aquéllos.

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Pero en materia religiosa la discusión tiene que ver más con la fe que con la razón. El cardenal de Madrid, Antonio María Rouco, que preside la Conferencia Episcopal Española, cree que "el hombre es un ser religioso" y que, por tanto, la enseñanza de su religión "es un asunto vital para la libertad de la Iglesia católica". Impedir que esa doctrina llegue "con su acción evangelizadora y educadora de la fe" a los estudiantes "equivaldría a reducir a la Iglesia al recinto de las sacristías", opina Rouco.

Esa pretensión de la jerarquía católica es rechazada con pasión por los laicos. Apelan para ello a la Constitución, que proclama la aconfesionalidad del Estado, y al derecho comparado. Gregorio Peces-Barba, rector de la Universidad Carlos III, ex presidente de las Cortes y uno de los padres de la Constitución, duda, además, de la "constitucionalidad de los acuerdos con la Santa Sede" porque, "al privar a la mitad de los niños de la enseñanza de los valores constitucionales, crea una escisión y reabre de nuevo el siniestro mensaje de las dos España".

"Este debate sería imposible en los países de la Unión Europea y en el entorno de nuestra cultura política y jurídica; ni siquiera en EEUU, país de fundamentos religiosos, pero con una tajante separación entre las Iglesias y el Estado. La afirmación de que la enseñanza de la religión sea en condiciones equiparables a las demás disciplinas fundamentales parece difícil de casar con la aconfesionalidad del Estado ni con la libertad religiosa", afirma Gregorio Peces-Barba.

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