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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Los muñecos del poder

La obra, la obra material, es interesante: la conversión de la sala en un teatro redondo a la antigua usanza; la pista -que inspira, o está inspirada, por el circo, lo cual dirige a los personajes y les marca en sus gestos-; y lo que le rodea, las gradas de los espectadores, es una espiral que parte de esa pista y se eleva. Con las luces, con la precisión y la mecánica, y con una interpretación muy adecuada marcada por la antigua leyenda de la "expresión corporal", es interesante. La obra teatral, no. La obra escrita, digo ahora. Obvia, falsa y aburrida.Se llama Los enfermos y consiste en dos pequeños -relativamente- cuadros donde se relata en uno la caricatura de la muerte de Eva Braun y de Adolf Hitler y su perro, en el búnker de la cancillería; y en otro, una conversación entre Churchill y Stalin, payasos y apayasados en esta pista, donde más o menos borran el mapa de Europa: y se refieren al cadáver de Hitler que quedó en manos de los soviéticos que tomaron Berlín. Después de esos sainetillos, que aunque sean lo primero parecen añadidos, viene el grueso de la obra, la que le daría titulo en singular, El enfermo, que raramente afectaría a los otros actos. A no ser que aceptemos una tesis muy repetida, la de que todos estuvieron locos. Dudo que lo fuera Churchill; tampoco lo creo de Hitler y Stalin. Eran políticos con sus sistemas. No veo a ninguno inocente: ni siquiera con atenuantes por problemas mentales.

Los enfermos

De Antonio Álamo. Intérpretes: Chema Adeva, Amalia Lizarralde, Antonio Canal, Roberto Quintana, Chema de Miguel Bilbao, Mingo Ráfols, Gonzalo Cunill, Chema Adeva. Composición musical de Marcel Garbi. Vestuario: Merçè Paloma. Iluminación: Josep Soibes. Escenografía: José Manuel Castanheira. Dirección: Rosario Ruiz Rodgers. Festival de Otoño. Teatro de la Abadía.

El enfermo real es Stalin, en su dacha donde le sorprendió la muerte. Están con él, en la obra, Bulganin, Malenkov y Jruschov: iban a ser sus sucesores. Se suele dar por histórico el relato de que Stalin fue hallado enfermo por sus colaboradores más próximos, que le dejaron morir deliberadamente, por una hemorragia cerebral, aunque aquí el personaje note sus dolores en el bajo vientre, que puede ser más gracioso: pero no hay datos suficientes de esa noche, ni de quienes hicieron esa conspiración terrible ante el enfermo. Está también en escena Lavrenti Beria, que luego sería acusado precisamente de esa muerte, en complot con los médicos judíos, de los que algo sospechaba Stalin -"el complot de las batas blancas", se dijo- y fue fusilado en la "desestalinización". La falta de conocimientos seguros de aquel momento, la incertidumbre sobre los documentos secretos del Kremlin que ahora se van distribuyendo sin la seguridad de que sean auténticos, amañados o falten los más importantes, permiten al autor la improvisación teatral que le conviene y el diálogo que le guste. La pena es que después de aceptar el trabajo sobre esa situación no se llegue nunca a decir algo profundo, algo serio o algo, por fin, gracioso, en lugar de confiar la comicidad a las piruetas, o los trajes, o la tontería de sus personajes. Es decir, su logro insistente de que no se diga ni la verdad ni la ficción. El que no conozca la historia reciente de la URSS no se entera; el que la conozca puede decepcionarse. Y los dos, aburrirse.

Mi sensación es la de que la comedia original era sobre Stalin, el enfermo, y que los actos anteriores sobre Hitler y Churchill son añadidos; una especie de "torna" para dar el peso o quizá para dar la sensación de que la obra no es deliberadamente anticomunista, sino una burla del poder y los poderosos -no deja de ser interesante que jamás estos enemigos del crimen saquen a Franco a escena, ni siquiera le aludan: el miedo continúa vagamente: o a sus herederos, o al regreso- en un fragmento de la historia del mundo de hace casi medio siglo.

Repito que el interés principal está en la creación escenográfica, que atribuyo a la directora Rosario Ruiz Rodgers, que ha dado ya otras pruebas de valía en ese teatro, y a sus colaboradores. El teatro redondo, la mecanización de los personajes para deshumanizarles, son sistemas mucho más anticuados que la situación de Stalin, Churchill y Hitler al final de la guerra; pero están bien utilizados y los actores responden con calidad y seguridad a esta ideación.

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