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Luis Buñuel se adelanta a su siglo

Debe ser por aquello de hacer más bulto. Este año, el año de los tres nueves, último del siglo del cine, hace ya algunos meses que nos está haciendo guiños centenarios tomando como pretexto a las cenizas de gente tan recordable como George Cukor, Humphrey Bogart, Alfred Hitchcock, Fred Astaire, James Cagney y otros bien nacidos en el borde del siglo pasado, que ahora, exactamente cien años después, nos piden festejar las huellas, tan evidentes, de su paso por el mundo. Por si no bastasen estos y otros encopetados aristócratas de su oficio, las ganas de la gente que les sobrevivimos (y que sentimos que aún nos alimentamos de ellos y que somos quienes somos en buena parte a causa de ellos) de ser los primeros que se distinguen por hacer algo que ha de hacerse, como es conmemorarlos, han adelantado un poco la fecha de nacimiento de Luis Buñuel, de forma que, aunque su siglo se cumple en febrero -creo que el 22- del 2000, ya desde el verano se están oyendo entrar ecos de su nombre en los juegos rituales de las celebraciones.El pasado verano, la revista Nickel Odeón abrió la veda y dio suelta al número monográfico dedicado al siglo de Luis Buñuel que sus editores venían preparando desde meses atrás. En él nos regalaron una apretada colección de textos breves, que en su mayor parte no tienen desperdicio, bien por lo que unos rememoran o bien por lo que otros desvelan o innovan dentro de antiguos desvelamientos, además del añadido de las ricas y abundantes aportaciones fotográficas e iconográficas a que da lugar el ancho y generoso formato de esta bella publicación. Otros focos de contagio de cine, de arte y de cultura, con más comedimiento, les han seguido el ejemplo, y el hecho es que ahora, mucho antes de tiempo, contamos ya con importantes añadidos a la enorme bibliografía buñuelesca existente, que a lo largo del año 2000 seguirá presumiblemente engrosando, sobre todo en Francia, México y España, al gran caudal de relatos biográficos, de exégesis, de indagaciones y de piezas de literatura analítica con el que el inmenso cineasta tiene las espaldas bien protegidas contra la mordedura del olvido.

Me cuentan que Javier Rioyo y José Luis López Linares, que hace unos años nos dieron al alimón un curso de buena memoria en Asaltar los cielos, su maravilloso trabajo de cine de montaje, o desmontaje, admirable mezcla de vértigo y de rigor, dedicado al siniestro asesino y al, más siniestro aún, asesinato de Trotski, ya se han enganchado al nuevo tren conmemorativo del que tira con antelación Luis Buñuel y, con su nombre por título, ya tienen a pie de pantalla un filme de parecidas características, donde se esfuerzan por averiguar lo que queda por averiguar, si es qué queda algo, detrás de las cosas escondidas que el cineasta dejó al irse de muerte.

Y el rosario de libros sobre la vida y la obra de Buñuel sigue su inacabable goteo. Aquí, en este territorio, en el gran ensayo, es donde probablemente más queda por indagar, pues de gente como Buñuel, por mucho que se diga, siempre está todo a medio decir. Baste recordar que, enganchada al libro de un enamorado agonizante llamado Andrei Tarkovski, volvió a saltar al mundo una vieja idea que se creía olvidada y en realidad sólo dormía: Luis Buñuel es el más sublime, el más elevado de los cineastas. Hay cada vez menos dudas a la hora de adoptar esta tan radical aventura de la opinión. La obra de Buñuel vive un proceso de agigantamiento continuo, desde su surgimiento y desarrollo, a lo largo de casi medio siglo, e intentar agotar de una vez por todas sus subentendidos y meter luz en sus entretelas es una pretensión bien ingenua o bien petulante. Cada época y cada mirada tienen su manera de ver a Buñuel, y de ahí que lo que sugiere su obra sea materialmente inabarcable: basta el tiempo de decir una forma de ver su cine para que ya haya surgido otra. Es la sensación que se tiene al coger en las manos Proyectar la luna, un libro de Anagrama aún con olor de imprenta, escrito por Román Gubern, en el que éste indaga en la parte de las raíces de la obra buñueliana que se hunden en el terreno, bien abonado para el crecimiento del cine de las vanguardias, de la Generación del 27, a la que el cineasta perteneció y con cuya sangre se fue a hacer películas a Francia. Un gran libro que cubre los huecos de una gran laguna. Será indispensable.

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