Una experiencia cargada de futuro
El 9 de noviembre de 1999 pasará a ser, sin duda, una fecha importante en la memoria histórica de los marroquíes. Fue el día en que el rey cesó al omnipresente ministro del Interior marroquí, Driss Basri. Y sobre todo, fue la fecha en la que se puso fin a una época, a un estilo de gobierno. Porque, más allá de suponer la marginación del hombre, que no es poco, ha significado sobre todo el derrumbe de un orden político de "visirato", que fundamentaba toda su legitimidad y eficacia en su proximidad a la más alta instancia del Estado: el rey Hasan II a quien Basri profesó una fidelidad sin tacha. El sistema Basri, método de autoridad tentacular y multifuncional con el que pudo hacer y deshacer partidos, elecciones, fortunas, élites..., representa a un Marruecos donde las personalidades políticas se sitúan fuera de la jerarquía institucional, y su poder, fuera de las normas escritas.Conservando bajo su control los servicios de seguridad, la administración del territorio, las colectividades locales, el poderoso mundo de los gobernadores de las provincias y el dosier del Sáhara, Driss Basri se había convertido en un continuo quebradero de cabeza para el Gobierno de alternancia de Abderrahman Yusufi, quienveía con demasiada frecuencia cómo los poderes que le concedía la Constitución quedaban cortapisados por el expansionismo político del ministro del Interior.
La neutralización del sistema Basri era, pues, necesaria para avanzar en la reforma y modernización de la Administración y las instituciones, así como para acercar Marruecos a los estándares del Estado de derecho. De ahí que sea un factor clave de credibilidad de la transición democrática que, prudentemente iniciada en 1997, se ha incentivado desde la llegada al trono de Mohamed VI.
En efecto, el monarca va deprisa. La voluntad de ruptura con el pasado había sido ya puesta de manifiesto por Mohamed VI a lo largo de estos tres últimos meses con gestos de gran valor simbólico como dar a su imagen real sencillez y proximidad o viajar al norte de Marruecos, zona marginada que nunca visitó su padre desde que, siendo aún príncipe heredero, aplastó con crueldad una revuelta popular en 1958. Asimismo, ha tomado decisiones que muestran su deseo de reconciliación política nacional: creando una comisión independiente "para hacer justicia a las víctimas de lo arbitrario", destinada a indemnizar a las víctimas de los desaparecidos políticos (proceso que pondrá en tela de juicio a Driss Basri) y permitiendo el retorno de Abraham Serfati y de la familia Ben Barka (si bien aún queda la asignatura pendiente de Abd al Salam Yassin, líder de la asociación islamista Justicia y Virtud, en retención domiciliaria desde hace diez años, difícil dosier que, sin duda, deben estar examinando en palacio). Pero la destitución de Driss Basri es el verdadero arranque del reinado de Mohamed VI al prescindir de ese sistema de mediador administrativo y al reafirmar su voluntad de dar salida y rodearse de una nueva generación que aspira a ser la imagen de marca de la modernización y liberalización del país. Fuad Alí al Hima, que acaba de ser nombrado secretario de Estado de Interior; Ruchdi Chraïbi, jefe de la secretaría del rey, y Hassan Aourid, portavoz del palacio, son hoy día los emblemas de esa nueva generación muy próxima al rey.
Eso sí, el monarca, sin cuestionar la confianza declarada al Gobierno de Yusufi, parece querer asumir personalmente el eje central de las reformas políticas y la gestión de los temas sensibles, particularmente el del Sáhara, en el que ha discrepado irremediablemente con Basri. Defensor éste de la línea dura centrada en la seguridad, el nuevo monarca marroquí, por el contrario, desea lanzar una nueva política de concertación y desarrollo más equilibrado en el sur. La sustitución de la policía por el Ejército en las tareas de mantenimiento del orden durante las recientes revueltas en El Aaiún era el signo de que no se estaba de acuerdo con los brutales métodos represivos policiales, al igual que el posterior envío de cuatro ministros a tranquilizar los ánimos, ponía de manifiesto que esta cuestión va a ser abordada de manera novedosa y moderada en lo que concierne a la gestión política y socioeconómica de estas provincias. Ello no significa, sin embargo, que Marruecos vaya a modificar su posición sobre la marroquinidad del Sáhara ni que el conflicto tenga visos de solución cercana. Es más, la tensión con Argelia, in crescendo en los últimos tiempos, no augura buenos presagios, y menos aún cuando la inestable situación interna argelina, lejos de aportar serenidad, puede abrir escenarios de mayor crispación con el exterior.
Con respecto al Gobierno, el fin del sistema Basri debería permitir a Yusufi una remodelación gubernamental, que muchos llevan pidiendo desde hace tiempo, a fin de lograr el éxito de un programa socio-económico, cometido sustancial para el que llegó al poder. El Gobierno de alternancia que constituyó Yusufi en 1998 concentró los ministerios claves del ámbito económico y social, en tanto que la seguridad, la justicia, el islam, las relaciones exteriores y el Sáhara quedaron concentrados en ministerios de soberanía real, reparto de tareas que por el momento no parece vaya a cambiar.
Entre otras razones, porque el Gobierno actual no es suficientemente fuerte ni estable. Compuesto por una cuarentena de carteras que se reparten entre siete formaciones políticas cuyas rivalidades han anestesiado con frecuencia al Ejecutivo (sobre todo entre la USFP y el Istiqlal), y limitado por la omnipresencia y prepotencia de Driss Basri, que se interponía en todos los asuntos (sirva de significativo ejemplo que cuando en diciembre de 1998 Yusufi se reunió con todos los gobernadores regionales y de provincia el encuentro se celebró en el Ministerio del Interior), las dudas sobre la eficacia del Gobierno se han extendido entre la opinión pública, dado que no se ha avanzado lo suficiente en materia de diálogo social, salarios o empleo. Es cierto que el Gobierno marroquí trabaja a medio y largo plazo y que los indicadores macroeconómicos son optimistas (el turismo se ha redinamizado, se confirma el descenso del déficit presupuestario y que las reservas de cambio están en alza), pero todo ello no se siente en la calle, donde el Gobierno de alternancia necesita suscitar un impulso movilizador de entusiasmo y apoyo a sus programas y objetivos.
En ese sentido podríamos decir que el eje político en la transición marroquí está más afirmado que el socio-económico, que necesita de éxitos que apuntalen la credibilidad del Gobierno de alternancia, porque en ese ámbito se va a jugar buena parte del futuro de una democratización que en términos políticos empieza a andar con firmeza. Desde el exterior, los apoyos no faltan (por ejemplo, España, Francia e Italia han reconvertido parte de la deuda exterior de Marruecos, que en su totalidad alcanza a unos 22.000 millones de dólares), si bien éstos deberán ser constantes e intensivos, aunque sólo sea por razones de egoísmo político, como señalaba recientemente en el Parlamento Europeo el asesor del rey para cuestiones económicas, André Azulay, que no cree "que a Europa le interese tener en su flanco sur una situación de inestabilidad".
No obstante, la desaparición de un hombre como Driss Basri, que ocupaba un ámbito político tan grande, va a dejar libre un extenso espacio, que habrá de ser gestionado de manera apropiada y armoniosa. La deposición de Basri, que ha tenido que contar con el visto bueno del Ejército, no ahorrará, sin embargo, al monarca ni al Gobierno la ardua tarea de seguir deshaciendo la malla de una red de privilegiados que no se van a ir voluntariamente. Empezando por la espinosa cuestión de los gobernadores. Asimismo, el periodo pos-Basri hace esperar con impaciencia las próximas elecciones, en las que deberá dibujarse el verdadero mapa político emanado de las urnas y no de la alquimia del ministro del Interior. En resumen, toda una experiencia política cargada de futuro.
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